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¿Flor de otoño?

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¿Flor de otoño?
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    Estos días el fútbol de competición para en todas partes, excepto en Inglaterra. El famoso Boxing Day (día de las cajas, literalmente, que contienen regalos), jornada festiva que cada temporada se disputa el 26 de diciembre, es el punto de partida para el atracón futbolístico en las islas, aprovechando las vacaciones escolares.arsenal

    Hay un equipo que viste como Santa Claus; un grupo simpático, risueño, insultantemente joven, dinámico y alabado desde muchos puntos de vista. Se podría decir que encarna el espíritu del Boxing Day.

   Hasta hace quince años, cada vez que jugaba a domicilio, los hinchas rivales entonaban un estribillo en forma de látigo, cual chanza: “Boring, boring…” (aburrido), anteponían al nombre del  equipo. Un club que siempre ha estado en Primera división; institución pionera en el desarrollo del profesionalismo, gracias al primer gran mánager de la historia del fútbol británico: Herbert Chapman. Londres, capital ingente en equipos de fútbol, cuenta con uno muy especial al norte de la ciudad. Allí lucen los cañones reales, en memoria de aquellos operarios que cuidaban la fábrica de armas. En sus ratos libres disparaban a puerta, con su emblema tatuado en el pecho.

   Fueron ganando adeptos, rivalizaban con sus vecinos judíos de White Hart Lane, y en los años treinta ya gobernaban por su carácter pionero y pujanza en Inglaterra. De cuando en cuando caía algún título relevante, siempre en lucha abierta con el Liverpool, el rival a batir aquellos duros años de la dama de hierro. Sorprendente y emotivo fue el final de Liga de la campaña 1988/89, aquel que dio forma al célebre libro Fever Pitch. Se disputaban el título en la última jornada Liverpool y Arsenal en Anfield Road. Los reds se podían permitir “el lujo” de perder por un gol de diferencia para ser campeones. El partido iba 0-1, agonizaba, cuando en el último suspiro Michael Thomas enmudeció las gradas de Anfield. La leyenda This is Anfield cayó al suelo hecha añicos, y los londinenses alzaron la bandera de campeón: This is Arsenal, rezaba junto al sorprendente 0-2 final.

   Aquellos jugadores quedaron grabados en la memoria colectiva de Highbury, el viejo y entrañable campo de los gunners. El mítico back four que formaban Dixon, Adams, Keown y Winterburn, caracterizaría al equipo en los siguientes años. A muchos no les gustaba como jugaban, pero tenían su encanto. David Rocastle y Paul Merson eran de los pocos jugadores finos en aquel equipo, con el incontenible Ian Wright como ariete, junto al grandullón Alan Smith. En 1994 ganaron la Recopa ante el Parma.

 

   Pero en 1996 ocurrió algo que cambiaría la vida, el estilo y los biorritmos del Arsenal. Llegó desde Japón Arsène Wenger, un espigado y fino técnico alsaciano con traza de profesor aplicado. Trabajador y silencioso. Un hombre con buen gusto. Metódico y humanista. Su llegada provocó recelo en la orgullosa comunidad futbolística británica. “Arsène who?” Espetaban los tabloides… Venía de dirigir al Nagoya Grampus Eight, tras varios años al frente del Mónaco. En el Principado se le recuerda por su exquisito paladar futbolístico y sus títulos domésticos. Pasaron por sus manos jugadores como Ettori, Amorós, Petit, Thuram, Hoddle, Puel, Scifo, Klinsmann, Djorkaeff,  Ramón Díaz… Y se trajo desde Camerún al liberiano George Weah, recomendado por su amigo Claude Le Roy.

   El Arsenal hizo una apuesta diferente, aperturista; cosmopolita, se podría decir. Arsène Wenger decía en una entrevista que cuando uno se adentra en una cultura tan diferente, necesita ganar tiempo, para conseguir la confianza de la gente, y a partir de ahí empezar a colocar los cimientos en función de una idea de juego; incluso de club, se podría añadir, en el caso del técnico de Estrasburgo. Reclutó futbolistas curtidos, conocidos por él, de rendimiento instantáneo: Grimaldi, Garde, Petit…  Luego llegaría gente más joven como Overmars, Henry, Vieira, capitales en la construcción de un equipo campeón. Jugadores como Nicolás Anelka volaron de Highbury atendiendo a los cantos de sirena, en un equipo donde el holandés Dennis Bergkamp oficiaba de maestro. La cantera francesa seguía siendo el principal asidero, con incorporaciones como Pires o Wiltord.

 

   Pasada la prueba de confianza, con dos dobletes a sus espaldas -a pesar de perder la final de la UEFA en el año 2000 ante el Galatasaray-, Arsène Wenger comenzó a plasmar su obra de largo alcance, dando forma a una cantera transnacional, con valores incipientes que han ido creciendo a su vera. El máximo exponente de esta política es Cesc Fábregas, un diamante en bruto que se llevó de la Masía cuando sólo contaba 16 años. En su nueva etapa, el Arsenal no contaba con la potencia y exuberancia del anterior equipo (Vieira, Henry, Bergkamp…), pero comenzó a estar menos focalizado. Se fue el goleador que lo concentraba todo (Henry), y los pequeños centrocampistas empezaban a construir nuevos caminos. Era otro Arsenal, un equipo efervescente, en permanente movimiento, con piezas tan pequeñas que parecían soldaditos de plomo: Cesc, Nasri, Rosicky, Wilshere, Ramsey… La cantera francesa siempre como referencia: Sagna, Diaby, Koscielny, Clichy, Chamakh

   Esta nueva  etapa, sin embargo, destila un aroma de constante obra inacabada. ¿Por exceso de juventud? Por falta de empaque? Por adolecer de oficio? Por… Hace tiempo que se achaca falta de títulos a Wenger. Hay que remontarse a su primera época para contabilizarlos. Los trofeos llegan en primavera, y el Arsenal parece florecer en otoño, ¿Por mor de su bisoñez, quizá? Difícilmente gana un partido ante los llamados grandes de Inglaterra y en Europa vuelve a encontrarse con su alma gemela, la más atractiva a los ojos de los aficionados.

   Curiosa circunstancia: hay muchos partidos en los cuales no asoma un inglés por el equipo titular, adolece de un consumado goleador, lleva varios años en blanco, ¡pero cuando agarra la pelota hay que verle jugar! Para algunos son perdedores; para otros unos románticos. Lo único seguro es que tienen una idea, siguen adelante con ella, y el nuevo estadio (patrimonio incalculable) siempre está a rebosar. Alguna vez volverán a levantar una copa. Mientras, sus seguidores rara vez se aburren.

 

 

   Pdt. En los últimos tiempos el Arsenal invierte la mayor parte de sus réditos a financiar el coste de su majestuoso estadio. Fichajes austeros sin desdeñar calidad (Chamakh llegó a coste cero). El estadio, propiedad del club, será la piedra angular del futuro. Entonces florecerá en primavera, con más argumentos, a golpe de cañón.

 

 

 

                                                                                                Naxari Altuna (periodista) naxari altuna



COMENTARIOS

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06/01/11 06:53PM

Gracias por la clase, maestro.


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