El abrazo entre aquel goleador simpar (Balón de Oro en 1975), ahora convertido en seleccionador, y el capitán del combinado nacional, Andrei Shevchenko (Balón de Oro en 2004) al final del primer encuentro de la Eurocopa fue una especie de tributo al gran maestro. Él, sin embargo, seguía en su sitio, impertérrito, con su mirada imponente. El alborozó final le pertenecía, en buena medida.
El balón es un elemento altamente democrático en cualquiera de sus formas: pelota de trapo, plástico, goma, espuma, cuero o sintético. Sirve de unión, como si fuera una junta; y cuando la cosa fluye en torno a su figura, la imaginación rueda sin límites.
A lo ancho y en lo profundo; por arriba y por abajo; abriendo caminos con orden y sentido colectivo, para salvaguardar mejor la integridad de la propia portería. Con el balón en los pies y la verdad por delante.
Primavera de 1942. Las tropas alemanas campaban a sus anchas en Ucrania. Para entonces el Dinamo Kiev era un referente ineludible del fútbol soviético. La ocupación nazi provocó el desmantelamiento del campeonato local y los futbolistas se vieron obligados a buscarse la vida. El guardameta del Dinamo, Mykola Trusevych, pasaría a ser empleado en una panadería. Al calor de los hornos, un operario del establecimiento decidió improvisar un equipo de fútbol, para lo cuál Trusevych cruzó toda la ciudad con la intención de reclutar a varios de sus antiguos compañeros. De allí nació el FC Start. Ocho antiguos futbolistas del Dinamo Kiev formaban el nuevo equipo: el propio Trusevych, Mikhail Svyridovskiy, Mykola Korotkykh, Oleksiy Klimenko, Fedir Tyutchev, Mikhail Putistin, Ivan Kuzmenko y Makar Goncharenko. Los efectos de la hambruna, y por ende todo tipo de penurias que provoca cualquier represión, no fueron óbice para que aquellos valientes tomaran la pelota con lucidez. Fueron despachando a sus rivales con manifiesta superioridad, hasta el punto de sonrojar a la autoridad germana. El 6 de agosto de 1942 el FC Start derrotaba por 5-1 al Flakelf de la Luftwaffe, dependiente de la administración alemana. Los invasores exigieron la revancha con todo tipo de componendas. El árbitro del choque salió de sus filas, y éste obvió el reglamento,permitiendo a sus compañeros emplearse con inusitada violencia. Los golpes y las intimidaciones no erosionaron la moral de los ucranianos.Elduelo estaba 2-1 al descanso favorable a Trusevych y sus compañeros. Durante el protocolo, antes del partido, se habían negado a realizar el saludo nazi; hicieron oídos sordos al mandato de no forzar la máquina, y terminaron ganando por 5-3. Pero faltaba la guinda. Podían haber alcanzado la media docena. Sin embargo, sucedió algo que terminaría con la paciencia de los mandos. El defensa Alexei Klimenko surcó el campo con la pelota, sorteando toda adversidad, hasta el último escollo, y a puerta vacía decidió girarse para devolver el balón al centro del campo. Aquella humillación dolió mucho más que los cinco golpes anteriores. El 9 de agosto de 1942 el balón habló con suma franqueza. No hubo clemencia para aquellos héroes de otro tiempo.
Uno de los protagonistas murió torturado y el resto terminó en los campos de concentración de Syrets. Varios fueron ejecutados en 1943. Tres de los supervivientes pudieron contarlo: Fedir Tyutchev, Mikhail Sviridovskiy y Makar Goncharenko. En los aledaños del viejo estadio del Dinamo, junto a la firme presencia de Valery Lobanovsky, figura el recuerdo de aquellos futbolistas que un día tomaron el balón y desnudaron a sus verdugos.
Naxari Altuna (periodista) @naxaltuna