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Íbamos caminando por el barrio Alto de Lisboa, cuando, de repente, el balón atrapó nuestra mirada. Los ojos se dirigieron hacia la vieja fachada, donde rezaba: A Bola; mítico diario deportivo portugués, testigo de mil y una hazañas desportivas del país luso, con sus hojas impregnadas de fado. Era verano de 2004. Un par de días después, el nuevo estadio del Sporting CP, José Alvalade, iba a acoger un partido decisivo para el futuro de Portugal y España en la Eurocopa. Ese era uno de los motivos de nuestra visita al prestigioso periódico. Buscábamos a su director, Joao Bonzinho, para hablar del partido; conversar sobre fútbol y de los distintos aspectos culturales que envolvían al choque ibérico.

preciado + mou

   Nos abrieron las puertas con suma amabilidad. En un momento de la entrevista le pregunté sobre la particularidad del carácter porteño, a la hora de resaltar las virtudes del Oporto y sus gentes, campeones de Europa ese mismo año. Era una excusa para hablar del entrenador que dio gloria a los Dragoes: José Mourinho. Se le iluminaron los ojos al periodista. “Es el melhor treinador del mundo. Sin ninguna dúvida”, decía con marcada pasión, en una mezcla inteligible de portugués y español. Hablaba de Mourinho con palabras de trazo grueso; con adjetivos rotundos y esculpidos a conciencia. Recuerdo muy bien aquella charla. “Capello, Lippi, Ferguson… puede haber grandes entrenadores por ahí. Pero como Mourinho, ninguno. Tiene una gran pasión por mejorar cada  día, por ganar. Es insaciable”.

  

  Paseando por las cercanías de Belem, había atracado a orillas del río un yate con figura de trasatlántico. Ondeaba pabellón ruso. Supimos que la embarcación era propiedad del dueño del Chelsea, Roman Abramovich. La embarcación transportaba en su popa un helicóptero. El motivo de la visita era planificar al detalle el nuevo proyecto deportivo, con el entrenador de Setúbal al mando.

   Llegó Mou a Londres, y desde la primera conferencia de prensa dejó impreso su talante. “Soy un entrenador especial”, sentenció. Allí acuñaron su apodo más célebre: The Special One, marca registrada.

 

   Cuando ganó la Copa de Europa con el Oporto se salió de foco. Él ya había colmado sus aspiraciones y tenía la cabeza en otro sitio. Con el Chelsea no pudo conquistar el máximo cetro continental –su espina clavada-, pero los futbolistas le siguen echando de menos. Chocó con Abramovich. Mourinho imponía  su propia ley. Las turbulencias eran internas. Curiosamente su disputa pública más recordada tuvo lugar al finalizar un partido de Liga de Campeones ante el FC Barceona. Buen conocedor de la cultura catalana y su sensibilidad, colocó a Messi en el papel estelar de la obra Cuentistas, a interpretar en el Liceu, dentro del imaginario del entrenador portugués. Realmente, era su primer impulso como futuro entrenador del Madrid.

   Italia también conoció los éxitos del portugués. Terminada la final de la Liga de Campeones se abrazó a sus chicos con lágrimas de despedida. Su presente hablaba en futuro. Y cuando volvió a San Siro con el Madrid, blanco de las iras rivales, recordó a la guardia rossonera sus tres títulos interistas de la pasada campaña, con gesto inequívoco.

 

   El Madrid nunca antes se había entregado de esta manera a un entrenador. Los blancos suspiraban por él. Su currículum se acomoda al Real como un zapato a medida. En Concha Espina necesitan laureles. De Mourinho sólo se oyen palabras de elogio desde el propio club. Su trabajo y la disposición de los futbolistas son un aval indiscutible. Pero lo que son loas, por un lado; voces inmaculadas de reverencia, se convierten en rechazo, por el otro costado. Los que analizan su comportamiento lejos del influjo madridista, censuran el método del jugador número doce. Porque Mourinho es la pieza más distinguida del Madrid. Participa del juego a su manera, con sal y pimienta a raudales. 

   Manolo Preciado, entrenador del Sporting de Gijón, ofendido por los comentarios del portugués hacia su persona, atizó con palabras de grueso calibre y gran calado al técnico del Real Madrid. Mourinho busca activar los sentidos de los suyos y urga en la sensibilidad del rival, con métodos que traspasan lo común. Sus futbolistas obedecen a pie juntillas; algunos contrincantes le admiran, y el máximo rival deportivo guarda silencio, como los reales acurrucados dentro de la hucha. Pero Manolo ha saltado cual resorte. Sentía la necesidad de reivindicar su honestidad, la de un entrenador pasional, que habla a corazón abierto. Un día tuve la oportunidad de entrevistarle. El Sporting luchaba por salir de Segunda. Lo consiguió. Los asturianos son de Primera; como su entrenador, Manolo Preciado. Las palabras retumban.

 

 

 

                                                                                                                      Naxari Altuna (periodista)naxari altuna



COMENTARIOS

tiribotxi
15/11/10 11:15PM

Nax,liburu bat egin behar zenuke. nola disfrutatzen dudan zure artikuluekin!


Hector Perotas
15/11/10 12:44PM

Maestro!!


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