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Nostalgia de makossa

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roger milla   Los seguidores de Camerún estaban indignados aquel día en Pretoria, a la salida del encuentro entre su selección y Dinamarca. La victoria del conjunto nórdico (2-1), suponía la eliminación de Camerún en la primera ronda. Los Leones Indomables eran, a priori, la selección africana mejor dotada para competir en la Copa del Mundo de Sudáfrica. “No valen nada, han deshonrado la camiseta, son carbón…” gritaba enfurecido un hincha camerunés que había recorrido medio mundo, desde Nueva York a Pretoria, para ver in situ a su equipo. “Tienen que dimitir todos: desde el seleccionador hasta el presidente…” añadía otro. Sin embargo, en las horas previas al partido, los aficionados cameruneses se mostraban joviales, a ritmo de makossa.

 

   Suena la música popular de aquel país, notas urbanas, con pinceladas de movimiento ventral. Se mueven los pies; circulan las caderas. Todo ello nos retrotrae en el tiempo para transportarnos a la Copa del Mundo de Italia, en 1990. Allí, Camerún fue el equipo que enamoró al respetable, por su frescura, alegría, buen fútbol y excelente resultado. Pero los aficionados quedaron prendados de un veterano delantero, anónimo hasta entonces para muchos, que hizo saltar todas las teorías futbolísticas a los 38 años. Su carrera en el fútbol francés dejó huella, básicamente en el balompié hexagonal, porque fuera del país galo no había tenido demasiada repercusión. Aún más, considerando que había brillado en Segunda división, en la filas del histórico Saint-Etienne y del Montpellier. En el viejo Chaudron y en La Mosson fue ídolo indiscutible por audacia, talento y carisma.

 

   Roger Milla había disputado ocho años antes el Mundial de España. Entonces, Camerún se marchó a casa con el regusto de haber quedado eliminada sin haber pérdido un solo partido. Empató los tres. Los aires del atlántico soplaron a favor de Polonia e Italia. Perú era el cuarto en discordia. Precisamente, ante los andinos, Roger Milla, delantero con alma de futbolista, marcó su primer gol en una Copa del Mundo; tanto que anularía el colegiado austríaco Franz Wohrer. El goleador no pudo ofrecer el recital que tenía preparado tras la consecución del gol. Y creía que nunca lo iba a poder hacer en un Mundial, porque Camerún no se clasificó para la cita de México en 1986, y a Italia’90 no iba a llegar. Roger Milla había colgado las botas en 1989, un año antes de la disputa del Mundial transalpino.

Un día, el mito africano, nunca lo suficientemente ponderado por su clase, recibió la llamada del Presidente de su país. En Camerún los políticos, y por ende los militares, tienen un alto sentido del intervencionismo. En los temas futbolísticos manda el Ministro de deportes. Aquel día, el máximo mandatario de Camerún le pidió a Roger Milla que volviera a calzarse los borceguís, para defender la elástica verde de su país en Italia. El delantero contaba por aquel entonces 38 años. Y recogió el guante.

 

 

   Cuando a cualquier buen aficionado al fútbol le preguntan un recuerdo concreto de una selección y un futbolista africano en la Copa del Mundo, pocos no dirán: ¡Camerún!,¡Roger Milla!. Estaba para media hora, no más, pero aquellos treinta minutos valieron para tantas cosas... Para tumbar a Rumanía, apear a Colombia y poner contra las cuerdas a Inglaterra. Milla superó a Marius Lacatus en el duelo entre artilleros de postín; bailó a René Higuita como el más espabilado de la clase, siempre con el baile que le hizo célebre por bandera, justamente en la esquina del banderín: la makossa.

   Nombrado mejor futbolista africano de la historia, Roger Milla no tiene el aura ni los posibles de su compatriota Samuel Eto’o. Pero cuenta con algo más importante: la memoria colectiva le tiene en lo más alto del pedestal. Con 42 años, sorprendentemente, volvió otra vez para jugar el Mundial de Estados Unidos. Allí también marcó. Es el futbolista de mayor edad en convertir un gol en la historia de los Mundiales. Pero aquella experiencia resultó catastrófica. El seleccionador camerunés era un europeo, como casi siempre en los últimos 30 años. El francés Henri Michel fue destituido en pleno Campeonato del Mundo por el desencanto de políticos, militares y altos cargos de la Federación. Algo muy común por esos pagos. Camerún nunca volvió a brillar como aquel verano italiano; ni ha podido ser esperanza del continente a nivel futbolístico, como lo fue el verano del 82, en tierras gallegas.

   Hace poco más de un año tuve el placer de entrevistar a uno de los mitos del futbol camerunés: Tommy N’Kono. Actualmente es el preparador de porteros del Espanyol. Él defendió la meta de los Leones Indomables en los Mundiales de 1982 y 1990. En la cita española, prácticamente todos los futbolistas de la selección jugaban en su país. La mayoría lo hacía en el Canon Yaoundé. Eran más que compañeros; amigos en este caso. Los trayectos en autobús a Riazor y Balaídos eran una auténtica fiesta, con estrofas y rítmos africanos: África en estado puro. El equipo rezumaba naturalidad y simpatía. Inocencia, también, por qué no decirlo. Lo decía el propio N’Kono en la entrevista. La actuación de su selección en el Mundial de España sirvió como trampolín a varios componentes de aquel equipo. Su caso es el más representativo: fichó por el Español (entonces con ñ). Resultó ser un cambio radical en todos los sentidos, comenzando por el hecho cultural: otra vida (más profesional), otra organización, diferentes costumbres, otra realidad.

“En África tenemos otro sentido de la solidaridad”, me decía. “Somos pobres, pero compartimos lo poco que tenemos, entre nosotros, y también con los que vienen de fuera”. África es tan diferente en tantas cosas. Un espejo de humanidad, en medio del sufrimiento.

   Europa se fue poblando de futbolistas africanos. El prototipo de jugador atlético, rápido y potente caló pronto en el llamado fútbol moderno. Y en esas apareció el último gran mito del balompié camerunés: Samuel Eto’o. El R. Madrid lo reclutó con 17 años y se fue abriendo paso ante las dificultades que se le presentaban. Una vez en el FC Barcelona, lanzó aquel propósito que había incubado durante años en sus noches de pesadilla: “he venido a trabajar como un negro para ganar como un blanco”. A nivel de clubes lo ha sumado todo: tres Copas de Europa incluídas. La selección es otra historia.

   Camerún no se clasificó para disputar el Mundial de Alemania en 2006. El defensa Pierre Wome no acertó a marcar un penalti trascendental en el último minuto del partido decisivo, y ello clasificó a Costa de Marfil. Wome tuvo que cargar con una cruz demasiado pesada, y ante la virulencia de los acontecimientos (le quemaron su casa) apenas si tuvo consuelo por parte de sus compañeros.

   En los últimos años Egipto ha dominado el fútbol africano. Ganador de las dos últimas ediciones de la Copa de África, esta vez no podrá defender su corona. Los Faraones han quedado eliminados en la fase de clasificación. Como Nigeria, Sudáfrica, y… Camerún.

   Hace un año, Javier Clemente cogió las riendas del equipo capitaneado por Eto’o. Antes había declinado dirigir a Irán. La razón: no quería vivir en el país persa. Los dirigentes cameruneses sí aceptaron esa premisa, con un doble objetivo: lograr la clasificación para la Copa de África 2012 a disputar en Gabón y Guinea Ecuatorial, por una parte; y, en segunda instancia, rejuvenecer la selección. Algo más de un año después, Clemente dejará de dirigir a Camerún en medio de un claro retroceso del fútbol en aquel país. Mal endémico. Es la tónica habitual desde 1990. Ni Artur Jorge, ni Paul Le Guen, ni ninguno de los célebres entrenadores europeos que se han sentado en su banquillo han podido construír nada. Por muchas razones: injerencias de diferentes estamentos, por la falta de cohesión entre los futbolistas (tendencia peligrosa desde que comenzaron a emigrar), exceso de ego y poder por parte de algunos, y pésima organización. Tommy N’Kono fue entrenador de porteros y segundo del seleccionador pertinente hasta hace un par de años. Se marchó por manifestar su desacuerdo con todo ese tipo de tropelías. Y hacía una reflexión con un gran trasfondo crítico: “los seleccionadores europeos vienen aquí y no se involucran en las costumbres ni en la realidad del país. Desconocen nuestra sensibilidad. Valoro el trabajo desde el punto de vista del legado. ¿Qué nos han dejado a la hora de marcharse?, qué enseñanzas quedan?. No vale con venir unos días antes con una convocatoria bajo el brazo, un par de entrenamientos, y jugar. Sólo les interesa ganar. Pero sus inquietudes han de ir más allá. Desgraciadamente, aquí se ha hecho muy poco por formar entrenadores y promocionar jóvenes futbolistas locales”.

   En Pretoria, después de caer ante Dinamarca, Kameni, Eto’o, Emana, Song, y cía. salían cabizbajos. Muchos de ellos han seguido defendiendo la zamarra verde, aunque cantidad de seguidores rompieran sus instantáneas en Sudáfrica. No hay consuelo para ellos. Camerún sigue siendo Camerún, y Javier Clemente ya aguarda otro destino. 

 

 

 

                                                                                                              Naxari Altuna (periodsta)  Image



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