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franceLa Francia futbolística les esperaba desde hace tiempo. Debutaron muy jóvenes en la L1, siendo unos juveniles. Los cuatro tenían varias cosas en común: habían sido campeones de Europa sub-17  con la zamarra bleu, tenían una sensibilidad especial para desarrollar el juego de manera común, eran de perfil eminentemente técnico. Tres de ellos coincidían en otra cosa más: eran de origen magrebí (Samir, Hatem y Karim). Como tantos grandes futbolistas que dibujaron cosas diferentes por los campos del hexágono. Crecieron en centros de formación de pedigrí: Marsella y Lyon. Jérémy lo hizo más al norte, en la reputada escuela del Sochaux. Juntos ganaron aquel europeo con autoridad, derrotando en la final a España por 2-1. En el equipo hispano asomaban, entre otros, dos chicos de la Masía con evidente porvenir: Gerard Piqué y Cesc Fàbregas. Otros  chicos de aquel equipo, caso de Esteban Granero y Diego Capel, también juegan en equipos de renombre. Llegar no es sencillo.

 

Muchos no lo hicieron, y en el caso de aquella Francia, la mayoría desapareció del mapa futbolístico. Pero Samir, Hatem, Karim y Jérémy no. Éste último fue el goleador del combinado galo, un futbolista superior técnicamente, exquisito en conducción y definición. Quizá algo frío, característica que se asocia a los jugadores altamente técnicos. Hatem tenía una zurda tan afilada como una cuchilla. Llamaba la atención por suficiencia. Tanto, que el Real Madrid comenzó a seguirle de cerca. Pero era muy disperso. Karim, su compañero en la cantera del Lyon, suplente en algunos partidos de la joven selección francesa, parecía más centrado en su irresistible ascensión al primer equipo. Creó su propio hábitat en la superficie cercana al área rival y fue despachando a todo aquel goleador que reclutaban del extranjero. Tenía un porte exquisito para transportar la pelota;  mirada y pulso fríos para precisar soluciones como quien respira. Naturalidad desbordante. Partía en desventaja, pero el presente le coloca en una instancia superior. Por goles, por juego, por pura influencia. Acaricia el verde como la seda.

 

   Samir es el más centrocampista de todos. Dio el salto a la Premier League en sus primeros días como profesional, como tantos jóvenes que buscan fortuna de la formación a la francesa. Él tenía un seguro de vida; al amparo de un técnico que cree a pies juntillas en los jóvenes: Arsène Wenger. Y creció. Maduró con futbolistas de perfil dinámico que facilitaron su crecimiento. Pero la selección absoluta era otra cuestión. Ni él, ni Hatem, ni Karim, ni mucho menos Jérémy, terminaban por cuajar en el escalafón superior. Ninguno de ellos acudió al Mundial de Sudáfrica, víctimas de su irregularidad y poco peso específico en la formación del gallo. Todavía prevalecía el corte físico de sus componentes. Hasta que llegó Laurent Blanc.

A finales de 2011 hubo una agria polémica luego de la transcripción de algunos pasajes en torno a una reunión que mantuvieron varios miembros de la DTN (Dirección Técnica Nacional) sobre el perfil de los futuros futbolistas. Blanc daba especial preponderancia al aspecto técnico, en detrimento del sacralizado porte físico. Quería retomar el espíritu de la Francia encantadora de los ochenta, aquella que lideró en el campo Michel Platini. Esta nueva óptica abre la puerta a la famosa generación del 87, desperdigada por su propio déficit, pero reclutada alrededor de la pelota nuevamente, por dos motivos: su crecimiento futbolístico y la sensibilidad del nuevo seleccionador.

 

   El pasado domingo los cuatro jugaron juntos por primera vez en la selección absoluta. Francia derrotó con muchos problemas a Islandia por 3-2. No lo tuvieron fácil. Coincidieron sobre el campo en los peores momentos del equipo, hasta que Frank Ribéry tomó el mando de las operaciones.

 

   Los cuatro tendrán minutos en la Eurocopa. Dos de ellos de salida: Samir Nasri, el centrocampista, y Karim Benzema, la punta de lanza. El delantero del Real Madrid está en otra dimensión, a la altura del indiscutible estandarte de Francia: Ribéry. Ambos desbordan talento y crean juntos con suma naturalidad.

 

   Hatem Ben Arfa puede ser el joker que salta del banquillo para agitar cualquier partido. Es un electrón libre. Su soberbia le ha confundido durante muchos años, y parece que en el Newcastle ha encontrado la calma. Tiene una zurda descomunal.

 

   Jérémy Ménez no cuajó en la Roma y parece que en el PSG se reencuentra con su mejor versión. Encaja en el contexto que quiere crear Laurent Blanc. Se le pide mayor consistencia.

 

   Y sumen a éstos centrocampistas como Yohan Cabaye y Marvin Martin, brillantes futbolistas de la estirpe que quiere implantar Blanc. Suspiramos por ver a la nueva Francia.

 

 

 

 

                                                                                         Naxari Altuna (periodista)  Image  @naxaltuna



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