Wenger va para diecisiete años en el banquillo del Arsenal. Ha ganado la Premier, la FA Cup, la Charity Shield, disputando dos finales europeas: la UEFA en el año 2000 y la Copa de Europa en 2006, saliendo derrotado en ambas, a manos del Galatasaray y el FC Barcelona, respectivamente. Todos esos títulos llegaron cuando el conjunto del norte de Londres jugaba como local en el viejo y entrañable Highbury.
El antiguo campo del Arsenal, adornado con un cañón –emblema del club- en su fachada exterior, daba cabida a 38500 espectadores, que colmaban el recinto cada vez que jugaban los cañoneros. Era como una caja de cerillas, british total. El mismo aire clásico de Craven Cottage o Loftus Road. Hasta que cambiaron los tiempos, para impulsarse hacia el futuro con más fortaleza. Desde 1913 y hasta 2006 el Arsenal vivió en Highbury, para, más tarde, mudarse al barrio de Ashburton Grove, cerca de su antiguo hogar, y disfrutar de las comodidades del flamante Emirates Stadium, compañía que patrocina el nombre del estadio por espacio de quince años.
El coste del proyecto ascendió a 390 millones de libras. El Arsenal prácticamente dobló la capacidad de su antiguo coliseo, y lleva tiempo financiándolo de forma religiosa. Penique a penique libra la batalla del futuro, la que le debe proporcionar resortes para optar al club de los más grandes. Un plan estratégico, que dirían los tecnócratas. Buena parte del dinero de los grandes traspasos (casi 50 millones de euros ha recaudado esta semana con las ventas de RVP y Song) va a parar a las arcas para seguir pagando el estadio, a la espera del siguiente cañonazo. Quizá sea Cazorla. Wenger tiene mano para convertir en oro mucho de lo que toca.
Naxari Altuna (periodista) @naxaltuna