El viento sur ha traído consigo un nuevo cambio de rumbo. Aquello de sudar la gota gorda y apretar las tuercas ya no sirve. El discurso se ha evaporado sobre el terreno de juego. Vuelve la inquietud por el juego.
Hace un año, exactamente, asistíamos a la presentación en sociedad de David Moyes, un técnico que llegaba en loor de multitudes. Procedía del campeonato más distinguido del mundo en términos de solera, organización y capacidad de expansión. Sin embargo, la admiración que suscita el fútbol de las islas por su leyenda, liturgia, frenesí, espíritu competitivo y el ambiente que rodea a los partidos, choca frontalmente con la realidad que han venido mostrando sus clubes de clase media cuando se miden a equipos de otras latitudes. El juego marca la pauta.
West Ham y Southampton son una muestra de la paradoja del fútbol británico: animadores de la Premier League, con un generoso gasto en fichajes, pero incapaces de superar las eliminatorias de clasificación para disputar la Europa League. El FC Astra Giurgiu rumano apeó al West Ham y el Southampton no pudo superar al Midtjylland danés. Incluso contando con técnicos extranjeros, que pueden tener otro prisma táctico, tendencia que se va acentuando en la Premier League. Remontando el mapa hacia el norte, el Celtic Glasgow, otrora clásico de las alturas a nivel internacional, no pudo clasificarse para la liguilla de la Champions, y ahora cierra el grupo A de la Europa League tras perder la semana pasada en casa ante el Molde noruego.
David Moyes fue recibido en Anoeta con honores de estrella, a tenor de la parafernalia que desplegaron el día de su presentación. Aquello parecía Hollywood. La Real buscaba un impulso enérgico de la mano del fugaz mister del Manchester United. Un técnico acostumbrado a armar equipos a partir de su pericia para fichar jugadores. Pero, las costumbres del escocés no casaban con las intenciones del club.
Cuando pisó el terreno todo resultaron ser carencias ante sus ojos: a nivel estructural y futbolístico. Miraba más allá de lo que tenía entre manos, suspirando por fichar, en vez de afanarse en trabajar la tierra que le ofrecieron. Conocer a fondo los mimbres y mejorar el rendimiento de los futbolistas que pusieron a su disposición debía ser el motor para demostrar su verdadera valía: ilusión por entrenar a un grupo de jugadores con un potencial interesante.
De primeras, el juego quedó fraccionado con un mensaje que comenzaba a sobrevolar el universo txuri-urdin: “¡Hay que mejorar defensivamente!”. Protegerse. Su lema predilecto, clean sheet (puerta a cero), sonaba rimbombante. Un equipo de buen pie, confuso, se esmeraba en cerrar filas sobre el verde, y luego ya veríamos…
Al equipo no le alcanzaba en ataque: “¡Debemos mejorar ofensivamente!”, sostenía también el entrenador. Se centró en el mercado inglés nada más llegar, pero no pudo traer a ninguno de los atacantes que quería: Salah, Januzaj, Lennon, Inngs… Estaban lejos del alcance de la Real.
Pasados los meses, retumbaba por los cuatro costados el eco de una célebre coletilla: “… el físico…”. El técnico lanzó su diagnóstico. Pero, con el tiempo, uno de los futbolistas de mayor fuelle arrojaba luz sobre la realidad: “No creo que sea un problema físico. Durante la segunda parte corrimos detrás del balón y eso desgasta mucho”. La Real se ha manejado a impulsos.
En los tiempos donde todo se mide y calcula asoman las estadísticas. El carrusel de los números. Pero, realmente, es el contexto lo que determina el verdadero valor y la incidencia de los dígitos. Según una de esas estadísticas, el danés Michael Krohn Dehli fue el futbolista que más kilómetros acumuló sobre el terreno de juego la pasada temporada, cuando defendía los colores del Celta. Un jugador con gran despliegue y volumen de juego, en una propuesta dinámica, valiente, muy reconocida. Sin embargo, lo que realmente llamó la atención fue el nombre del futbolista que aparecía en segundo lugar: Xabi Prieto. El fino estilista de la Real se hartó de correr detrás de los rivales y tapar posibles vías de escape. El primer contacto con el balón llegaba, muchas veces, por su capacidad para peinar los envíos largos que pudieran dar pie a la segunda jugada en zona de tres cuartos. El juego de la Real no enganchaba.
El argumento físico siguió planeando sobre Zubieta. Se anunciaba una pretemporada especialmente dura con la inclusión de un preparador específico llegado desde Inglaterra. Arrancó el nuevo ejercicio y la Real no carburaba. Moyes salió a la palestra con frases como: “Somos uno de los equipos que más centra en la Liga pero debemos mejorar la calidad de los centros”. Detrás de los números se esconden situaciones del juego que determinan la productividad del último gesto: en qué disposición, con qué posibilidades reales de remate, con quién. Prevalecía la vieja fórmula británica: cuantas más veces mayor probabilidad…
El trabajo diario moldea el ideario; la convicción y los resultados lo refuerzan. Preguntados los futbolistas por el trabajo estival, todos llegaban al mismo punto: “Ha sido una pretemporada dura. Sobre todo hemos hecho énfasis en el apartado físico”. ¿Para jugar, cómo? Era la gran cuestión, sin respuesta. Pero el técnico echaba la mirada atrás afirmando que, cuando aterrizó, el equipo no era capaz de llegar entero al tramo final de los partidos. La melancolía persistía.
Ahora, con la nueva estación, el viento cambia de dirección y el viejo mensaje se desvanece. Caen las hojas. El otoño modifica el paisaje con otro brusco cambio de frente: llega Eusebio Sacristán con una sensibilidad futbolística totalmente diferente. El juego de posición por bandera. Fue un excelente centrocampista, de trazo fino, muy clarividente, que aprendió de Vicente Cantatore, Xabier Azkargorta, César Luis Menotti y Johan Cruyff, entre otros.
Hace falta alegría y entusiasmo sobre el verde para aparcar la melancolía.
Pdt.: Tomando las dos últimas décadas como referencia, la Real sale a una media de entrenador por año… Muchas veces sin priorizar una idea de juego.
Naxari Altuna (periodista) @naxaltuna
guztiz ados