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La mirada de Ravelli

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La mirada de Ravelli
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ImageSiempre me llamaron la atención aquellos ojos. Eran muy expresivos. Lo mismo en la victoria que en la derrota. Aquel día se me quedaron clavados, como más tarde ocurriría cuando levitó en aquella tanda de penaltis ante Rumanía en el Mundial de Estados Unidos.

   Era un día de invierno, a principios de los noventa. Esa noche jugaba el Milan y había que buscarse la vida para verlo en algún lugar. Llovía a cántaros. Nos mojamos mucho en la búsqueda de algún sitio donde lo emitieran. Porque no jugaba un equipo cualquiera: era el Milan de Marco Van Basten.

 

   Llovía tanto que lo hacía sobre mojado. Calaba hasta las entrañas. Pero queríamos ver otra vez al bailarín holandés, una suerte de Nureyev convertido en futbolista. Y lo vimos. Por suerte pudimos ser testigos de aquel partido memorable en San Siro: AC Milan – IFK Göteborg.

 

   Aquello sucedió poco antes de que Van Basten tuviera que abandonar el fútbol por su maltrecho tobillo (lo hizo a los 29 años). Los suecos no eran un rival menor. Habían ganado la Copa de la UEFA en dos ocasiones la década anterior, y no conquistaron la Copa de Europa por las circunstancias… del fútbol. En San Siro se daba cita otra generación, los herederos de Strömberg, Corneliusson y los hermanos Hölgrem. Un equipo que tenía en la portería a su gran talismán: Thomas Ravelli.

Los ojos del guardameta sueco comenzaron a expresar incredulidad y admiración, a partes iguales, cuando el delantero que tenía enfrente comenzó un recital que pasaría a los anales del fútbol europeo. Fueron cayendo los goles uno a uno, hasta totalizar cuatro; todos ellos con la firma del esbelto punta holandés. Entonces se activaron los recuerdos. Recuerdos de la Eurocopa de 1988 con aquel gol imposible a Dassaev; recuerdos del majestuoso tanto que se convirtió en cabecera del programa futbolístico holandés de los domingos cuando aún jugaba en el Ajax… El gol de chilena que le coló a Ravelli es una de las instantáneas míticas de la Copa de Europa. Momentos estelares de Van Basten que se fueron difuminando por mor de sus delicadas articulaciones.

 

   Un día dejó de marcar goles, y desde entonces guardan su memoria en uno de los rincones más visibles de San Siro: Marco Unico. Y en nuestra colección de recuerdos queda también la expresión de aquel portero sueco, rendido a los pies de su rival, glorificado para los restos.

 

   La huella de Van Basten es muy profunda. Tan grande fue su impacto como futbolista que, de cuando en cuando a algún delantero, por un chispazo genial, le comparan con él. O, simplemente, por hechuras, que ya es mucho decir.

 

   De Imanol Agirretxe se dijo alguna vez que tenía hechuras; maneras de gran delantero que no terminaba de explotar. El talento lo tenía. Algun@s creían más que otros. Él sí creía, por encima de todo. Tenía fe en Imanol, en Imanol Agirretxe, el chico que debutó en Primera hace ocho años, que se marchó cedido al Castellón, que sonó para otras salidas a préstamo… La última justo antes de lesionarse Joseba Llorente. Su destino era  Valladolid, pero el contratiempo de su compañero congeló la salida del usurbildarra.

 

   En el primer partido oficial de Philippe Montanier, Imanol jugó por sorpresa en El Molinón. Jugó por sorpresa en la banda izquierda… Y partiendo de ese perfil marcó dos goles. Pero siguió saliendo y entrando. Era su sino. No marcaba asiduamente; sin embargo generaba mucho para sus compañeros. Un futbolista al que se medía, principalmente, por números.

 

   Llegó el invierno y se reclamaba un nueve. ¡Hace falta un nueve! Y resulta que había un nueve y medio en la plantilla. Un futbolista que además comienza a encadenar goles con suma delicadeza. Con dulzura.

 

   Su sensibilidad futbolística empatiza con la del resto de compañeros y todos crecen al unísono. Las piezas encajan, en un engranaje donde la confianza ofrece las mejores condiciones posibles para desarrollar el talento colectivo: desde el disfrute.

 

   La demostración del pasado domingo ante el Valencia reposa ya en la memoria. Como aquella lluviosa noche de invierno en Milán. Al igual que entonces, me llamó la atención la mirada perdida del portero, Diego Alves. Con los ojos hipnotizados por la belleza del momento.

 

 

 

 

                                                                                    Naxari Altuna (periodista) Image @naxaltuna



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