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Buscando un espíritu de equipo

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Buscando un espíritu de equipo
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Image« Esprit, êtes-vous là? », es la gran pregunta que lleva haciéndose la Francia futbolística durante mucho tiempo. El balompié galo no encuentra el camino correcto para desarrollar un estilo que le haga reconocible. Lejos de las grandes escuderías, melancólico desde aquella infausta tanda de penaltis ante Italia en Berlín, el recuerdo de las grandes tardes de Zinédine Zidane terminan difuminando la realidad. Otoño: estación de nostalgia para un fútbol francés en permanente reconstrucción.

 

   Hay un dato inquietante en el balompié galo, algo que trasciende la mera anécdota. En los últimos veinte años, ocho campeones de la L1 han jugado en Segunda: Burdeos, Marsella, Lens, Nantes, Mónaco, Lille, Montpellier y Auxerre. Cuatro de ellos compiten hoy en día en la categoría de plata: Lens, Nantes, Mónaco y Auxerre.

 

   La liga francesa ha perdido peso en las últimas temporadas, y ahora mismo un equipo diseñado a golpe de talonario apunta a romper una sequía de dieciocho años. Es el tiempo que lleva el PSG sin echarse un título de liga a sus espaldas. El futbolista de clase media-alta del fútbol francés lleva mucho tiempo emigrando en bandada, instalándose en la Premier League, en la Liga, en la Bundesliga o en la Serie A; movimiento acentuado en los años de la generación campeona del 98,  grupo lleno de fuertes personalidades, espíritu colectivo y un altísimo nivel competitivo.

 

En los primeros años noventa habían contribuído a fortalecer la liga francesa, representando propuestas diversas, todas ellas válidas para luchar por el campeonato. La muestra está en la variedad de campeones que ha tenido la L1 en los últimos años. Dejando a un lado el reinado del Lyon (ganó siete ligas seguidas en los albores del siglo XXI), la alternacia ha sido el común denominador del fútbol hexagonal.

Las primeras migraciones masivas coinciden con la entrada en vigor de la Ley Bosman. El futbolista francés era muy valorado, y la formación a la francesa ponderada por todo el mundo. Parecían haber superado, por fin, el trauma de la época post-Platini. No fue fácil digerir la retirada del hombre que cambió el rumbo del balompié galo. La ausencia de la Euro’88 y la Copa del Mundo’90 pesaron como una losa. El Europeo de Suecia en 1992 pasó con más pena que gloria, con Michel Platini como seleccionador y la generación maldita sobre el césped: Cantona y Papin eran los abanderados. Pero el golpe más bajo llegó en otoño de 1993, cuando, de forma sorprendente, Francia queda eliminada en la fase de clasificación para el Mundial de EEUU, tras aquellas increíbles derrotas en París ante Israel y Bulgaria. Emil Kostadinov terminó con la carrera de Cantona, Papin y Ginola en la selección.

 

   Los dos últimos seleccionadores de Francia eran parte de aquel grupo de jugadores. Curiosamente, los dos capitanes de la generación campeona del Mundo: Didier Deschamps y Laurent Blanc. Ambos encarnaban el estereotipo del internacional francés de alto nivel en la época: constancia, liderazgo, competitividad y espíritu colectivo. La mayoría jugaban en los clubs más importantes de Europa. Deschamps era la voz autorizada sobre el campo, una ardilla con espíritu de hormiga: iba y no dejaba de ir para recuperar y dársela a los más clarividentes. Blanc era el guardián sereno, el primer eslabón del juego: equilibrio personificado.

 

   La Federación Francesa de Fútbol (FFF) apostó por el líder silencioso, el guardián tranquilo, para reparar el desastre de Knysna (campo base de Francia en el Mundial de Sudáfrica). El motín que protagonizaron los internacionales franceses dejó marcados a muchos de ellos. Alguno, como el excelente mediocentro del Málaga Jérémy Toulalan, reconoció haber quedado tocado por aquel episodio. Compañeros suyos, tal que Patrice Evra y Frank Ribéry, volvieron a vestir la zamarra bleu, pero el borrón dejó huella en la memoria colectiva.

 

   Los problemas en la convivencia del grupo afloraron tras la derrota ante Suecia en el pasado europeo de Polonia y Ucrania. La famosa generación del 87 (Benzema, Nasri, Ben Arfa, Ménez...) no cubrió las expectativas y varios de ellos fueron sancionados por la federación por conducta impropia.

 

   Blanc decidió cerrar su ciclo como seleccionador y pasó el testigo a Deschamps, técnico con una cultura de juego más física y táctica, influído por su pasado futbolístico italiano en la Juventus de Marcello Lippi. Cada vez que Deschamps hacía referencia a un equipo italiano en las competiciones europeas de clubes, siempre utilizaba la misma etiqueta: “Haut niveau” y “réalisme”, para expresar competitividad y eficacia. Blanc no consiguió enderezar el rumbo del todo; DD lo tiene complicado. Primero, porque Francia adolece en estos momentos de futbolistas top, como puedan ser Ribéry y Benzema. Pero, sobre todo, por una falta de cohesión, a partir de un espíritu de equipo que ellos elevaron a la máxima expresión cuando eran futbolistas.

 

   La generación campeona del 98 luchó contra viento y marea de la mano de Aimè Jacquet. Pocos creían en aquel grupo. Muchos censuraron públicamente la lista del seleccionador. Pero finalmente creó un espíritu inquebrantable. Una mentalidad de club en la selección tricolor. La pelota respiraba por los poros de Zidane Y Djorkaeff, pero aquel equipo tenía un armazón que proporcionaba una estabilidad sin fisuras, a partir de la línea de zagueros: Thuram, Desailly, Blanc, Lizarazu. Entre 1996 y 2000, juntos disputaron un total de 28 encuentros, con un balance de 21 victorias, 7 empates y 13 goles en contra. Una línea ensamblada por clase, personalidad y lo que venimos remarcando, un gran espíritu de equipo. Todos ellos tenían trazas de capitán, con mando en plaza, y se complementaban perfectamente.

 

   Por delante de ellos siempre el rubio Deschamps. La estructura se rompió en Rotterdam, aquella noche de verano en la que Francia se hizo con el trono europeo ante Italia. El gol de oro de Trezeguet cerró el ciclo internacional de Blanc y Deschamps, futuros seleccionadores. Todavía recordamos la imagen de las gradas de The Kuip vacías, con los futbolistas de la selección bleu desperdigados por el césped, rememorando una época gloriosa, con el trofeo a pie de campo, y el seleccionador Roger Lemerre en una esquina aparte, dirigiéndose con gestos expresivos al capitán que ponía fin a su carrera en la selección. Quería convencer a Deschamps para que siguiera tirando del equipo sobre el verde, pero la decisión no tenía vuelta atrás. Lemerre sabía el peso que perdía el equipo con las marchas del guardián silencioso y la ardilla impetuosa.

 

   Han pasado doce años desde entonces. Duros trances como el fiasco de la Copa del Mundo 2002, con Zidane lesionado, o el batacazo ante Grecia en la Euro 2004 de Portugal. El último aliento de Zidane sirvió para ser subcampeones del Mundo en Alemania 2006. Desde entonces, la misma desorientación que sufrió Francia tras la retirada de Platini. Porque no hay generación Ribéry, y tampoco parece que la hornada del 87, encabezada por Benzema, tenga ese espíritu que buscaba Blanc y persigue desesperadamente Deschamps. La búsqueda permanente de un equipo, con constantes cambios de jugadores en posiciones centrales, refrescan el recuerdo de aquellos grandes días. Blanc suspiraba por el modelo español; Deschamps tiende a otra cosa. Y este pasado domingo, Zinédine Zidane anunciaba su intención de entrenar en un futuro próximo, sin descartar a la selección que llevó a la cúspide. La búsqueda continúa en Francia.

 

 

 

 

                                                                                            Naxari Altuna (periodista)  Image @naxaltuna



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