Gordon Banks, con sus ojos achinados, siempre confirió un aire exótico a la portería inglesa. Pero no había debate: era el mejor. Uno de los más grandes de la historia. Su carisma quedó impreso en el recuerdo de los aficionados británicos. No hubo otro como él. Fue maestro de Peter Shilton, otra gran personalidad bajo los palos de los tres leones, coetáneo de Ray Clemence. Grandes nombres en la historia del fútbol inglés. Aquellos porteros transmitían mucho poso y sobriedad. Años más tarde, David Seaman ocupó la meta inglesa de forma variopinta; hasta que llegó David James, Calamity James, un portero tan singular como incomprensible por momentos. A sus 42 años sigue jugando en el Bristol City.
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Raynald Denoueix era uno de los grandes herederos de José Arribas -reportaje sobre su vida y obra: http://www.panenka.org/avance -, un exiliado bilbaíno de la Guerra Civil española que creó un estilo de juego muy particular en la ribera del Erdre. Denoueix desempeñó una labor fundamental en el crecimiento del FC Nantes, una de las escuelas futbolísticas más reputadas de Europa. Primero como futbolista. Llegó al club en 1968 y vistió la elástica jaune et vert por espacio de once temporadas. Jugaba de defensa. Durante su extensa carrera con los canaris cosechó dos títulos de Liga (uno a las órdenes del maestro arribas y otro bajo la tutela de Jean Vincent), y la primera Copa de Francia, ante el Auxerre en el Parque de los Príncipes. Éste fue su último partido como profesional, en 1979. Raynald Denoueix se despedía con un trofeo mayor para proseguir su labor en el cuerpo técnico del Nantes.
En 1982 se hizo cargo del centro de formación de la Jonelière, más tarde bautizado como centre sportif José Arribas, en honor al ideólogo del célebre jeu à la nantaise, una suerte de juego al unísono, lleno de dinamismo, movimiento constante, técnica e inteligencia. El espíritu de equipo prevalecía por encima de todo. Y bajo esa premisa innegociable, ver jugar al Nantes siempre fue un placer.
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La Real volvió al camino por el que siempre transitó, después de perderse en la jungla del fútbol: dinero, fichajes absurdos, ruina. Lo pagó muy caro: con un deterioro por el desatino constante que, en la práctica, desnaturalizó la propia esencia del club, hasta convertirlo en uno más en la desesperada carrera de gastar para sobrevivir.
Hoy cuenta con diecisiete futbolistas nacidos de sus entrañas, con lo que ello significa en coherencia, identificación, cultura de club, valores y patrimonio. Con los fichajes se busca apuntalar la plantilla, aumentar la sana competencia, y, en muchos casos, complementar el aprendizaje de los canteranos rodeándolos de buenos futbolistas. Es el mejor camino para mejorar: rodearse de buenos futbolistas.
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Un gol sideral de Iñigo Martínez en el Benito Villamarín aparcó la destitución del entrenador, Philippe Montanier: la apuesta estructural del club, que implicaba un cambio de estilo y metodología en el trabajo diario. Salvado el match-ball ante el Betis, la Real encadenó siete jornadas sin perder en Liga hasta la apabullante derrota del pasado sábado contra el Atlético en Anoeta; trayectoria sólo empañada por el enorme borrón copero de Mallorca. Cuatro días después del descalabro ante el conjunto bermellón, el conjunto txuri-urdin ganó en Mestalla, algo que respaldaba la buena trayectoria de resultados en el campeonato de la regularidad.
Cuando se habla de la vigencia de un entrenador, el parámetro de medición suele ser el resultado, los resultados. Es lo evidente. Pero los dígitos son la consecuencia. Y, en el caso de la Real, el trámite para cosechar los resultados emitía señales positivas. Todo a partir de un reajuste en la medular (a pesar de la lesión de Asier Illarramendi), con la recuperación de Gorka Elustondo como mediocentro, el inestimable apoyo del capitán Mikel Aranburu (el futbolista más clarividente de la plantilla), y el trabajo del siempre intenso David Zurutuza. El equipo comenzaba a mostrar síntomas de equilibrio, con las bandas afiladas por mediación de Antoine Griezmann y Carlos Vela (ambos zurdos); para rematar el frente ofensivo con el móvil y participativo Imanol Agirretxe.
Ante Osasuna la Real jugó muy bien, refrendando sus buenas actuaciones coperas como local ante el Granada y el Mallorca. Sólo faltó el gol. El juego desplegado, en línea constante y al alza, invitaba al optimismo. Ya no se hablaba de ultimatums. El ambiente rezumaba tranquilidad, a pesar de la cercanía de los puestos de descenso. Los goles tenían que llegar, siempre como consecuencia.
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Antes de marcharse charlamos con el profesor azpeitiarra. El cóndor vuela.
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Conocía a Carlos Pouso de la época del Sestao River. Entonces, compaginaba su trabajo en un taller de componentes navales con la dirección técnica del conjunto verdinegro. Con él, futbolistas como Koikili y Toquero dieron el salto a Primera División. La SD Eibar le abrió las puertas del fútbol profesional. Carlos se dio de bruces con la realidad: la impaciencia, la presión del resultado, la proliferación mediática… Aquel mes de marzo, viendo que los resultados no marchaban, buscó lo mejor para el equipo: no pidió ningún fichaje; simplemente planteó el cambio de entrenador, siempre pensando en lo mejor para el club. Algo inusual. Se rompía así el anhelo de perdurar en el fútbol profesional.
Había perdido su cargo y no se pudo reincorporar al taller, porque la empresa en la que había trabajado durante toda su vida quebró unas semanas antes. Lunes y domingos al sol. Le ofrecieron volver al Sestao River, donde querían que fuera una especie de “Alex Ferguson” de las Llanas, pero, al borde de la cincuentena, decidió jugársela: ahora o nunca. “Habría sido lo más cómodo para mí. Quedarme en casa, con un contrato de larga duración”, en un sitio donde en su anterior etapa bajaron a Tercera, ¡¡¡y le renovaron el contrato!!! Volvieron a 2ªB la siguiente temporada, batiendo todos los récords posibles.
Quería crecer con nuevas experiencias; “deseaba ser entrenador”. Por eso se marchó a Guijuelo con 49 años. “Allí hice mi mili particular. Por primera vez en mi vida estaba fuera de casa, sin mi familia, y tuve que apechugar. Fue la mejor decisión que tomé nunca. Estaré eternamente agradecido a la gente de Guijuelo”.
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Podríamos hablar de mentiras. Muchas de ellas habitan en el fútbol, por mor de los tópicos, prejuicios y demás interferencias que artificialmente emiten sonidos estridentes alrededor del balón. Pero nos centraremos en las certezas. Ellas marcan el camino: mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm.
MAJESTUOSO: Dícese de un equipo que rompe moldes por puro fútbol y perspectiva del juego: la esencia. Lo comentaba Raúl Caneda: ¡cómo se pueden dar premios individuales en el fútbol existiendo el Barça!, especie de corporación asociada al juego para progresar en armonía, al unísono. Fraccionar el fútbol es quitarle sentido a este equipo de leyenda. Por eso, el premio del año debiera ser para la atalaya blaugrana, que mira por los ojos de Xavi e Iniesta: la mirada del fútbol. Nos sumamos a la petición.
Pdt. Messi es la guinda. Mais si! (pues sí), como titulaba el diario L’Equipe cuando le dieron el último Balón de Oro. Abogamos por el reconocimiento colectivo: mais si!
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Bayer Leverkusen – FC Barcelona
El balón como elemento central. Sólo se hablará de fútbol, que es mucho, en los tiempos que corren. Emparejamiento agradable, como lo fue la pasada temporada el que juntó en el césped al Arsenal y FC Barcelona: un guiño de buen gusto. Jupp Heynckes realizó una gran labor al mando del equipo alemán, un club de trayectoria atípica en aquellas tierras, por su concepción futbolística. Ahora el balompié teutón marcha por un camino ampliamente secundado. El rodillo se oxidó y las fuentes son otras. Riegan los campos con futbolistas más sutiles, costumbre que no es nueva en Leverkusen. Rudi Völler le pone cara al proyecto: el bigote ineludible del fútbol germano. Robin Dutt intenta proseguir el trabajo de Heynckes en el banquillo, con un equipo que juega bajo el manto de su nefasta leyenda: Neverkusen. Porque dicen que nunca ganó nada. El apodo nace del maldito 2002, cuando fueron subcampeones de la Bundesliga, Copa alemana y Liga de Campeones. De aquel equipo queda el recuerdo de la clase: Lucio, Placente, Bastürk, Schneider, Berbatov… No ganaron, pero siguen jugando para ganar algún día. La pasada temporada entraron por delante del Bayern en la Bundesliga, a la sombra del efervescente Borussia Dortmund.
Sufre atrás por el centro, y percute por afuera con dos alas ofensivas: Gonzalo Castro (hijo de emigrantes españoles), y Kadlec (vástago de aquel central checo campeón con el K’Lautern en 1998). Bender, hermano gemelo del medio-centro del Dortmund, oficia de ancla en la medular, para liberar al grandullón Rolfes. Tienen más llegada y empuje que habilidad para construir. Se fue Arturo Vidal a la Juve y el brasileño Renato Augusto recogió el testigo del chileno para tejer puentes hacia la zona de peligro. Mira alrededor y encuentra dos cuchillos afilados: el zurdo Sam y el rubio Schürrle, artífice de la gran temporada pasada del Mainz 05. Con el gigante Kiessling como punta de lanza. Un equipo bonito de ver, algo inconsistente, pero muy meritorio. A disfrutar.
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Ayer, en el estadio Pacaembú de Sao Paulo, donde Sócrates fue, es y seguirá siendo venerado por las gentes del Corinthians, su equipo del alma levantaba el Brasileirao por quinta vez en su historia. Pero, esta vez, alzaba a los cuatro vientos algo más que un trofeo: el brazo derecho del pueblo corinthiano se erigía en estandarte eterno, rindiendo tributo a su ser más querido. El puño cerrado mostraba una firmeza conmovedora, guardando entre los dedos como un tesoro la esencia de aquel futbolista de porte esbelto, entre desgarbado y acompasado, hijo del romanticismo más puro.
Aquella tarde de 1983, Corinthians se jugaba el título paulista ante el Sao Paulo. El compromiso que habían adquirido los componentes del club corinthiano iba más allá del resultado. La idea de un mundo mejor no podía estar en manos de un resultado; de una victoria o una derrota. Y tuvieron una idea que trascendió lo efímero, convirtiéndolo en valor universal. Los futbolistas del Corinthians saltaron al campo portando una pancarta donde se leía: “Ganhar ou perder, mas sempre com democracia”.
Sócratesy sus compañeros desarrollaron un sistema autogestionario basado en la democracia participativa dentro de un club profesional. El hecho no tenía precedentes. Brasil sufría los rigores de la dictadura militar y la iniciativa del Corinthians fue una forma de rebelarse contra la imposición. Pero aquello traspasó el ámbito del club, y la naturaleza comprometida de aquellos futbolistas alcanzaría a la sociedad civil.
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