Un talento de 17 años está llamando la atención en Paraguay. Es Juan Iturbe. Juega como volante en el Cerro Porteño de Asunción. Fue una de las sensaciones en el recién disputado Sudamericano sub’20 de Perú. Iturbe cuenta con doble nacionalidad: argentina y paraguaya. Sus padres nacieron en la tierra de los guaraníes, pero tuvieron que emigrar a Argentina en busca de un futuro mejor. Allí nació Juan, el talento emergente del futbol sudamericano. Un día, la familia volvió a su país de origen, y a partir de entonces han vivido en Paraguay. Sin embargo, Juan Iturbe se decantó por defender la albiceleste de Argentina.
Iturbe tiene traza importante. Encara y rompe cinturas por arranque y habilidad. Los dirigentes argentinos no dudaron en reclutarlo, a pesar de haber jugado anteriormente con la camiseta de Paraguay. Aprovecharon un episodio de rebeldía del joven talento, que desertó de su equipo, Cerro Porteño, confundido por los cantos de sirena. Al ser menor de edad, no contaba con contrato profesional, aunque sí recibía remuneración, y cuando le plantearon firmar un compromiso de formación, éste se negó, decidiendo emigrar a Argentina. Allí le acogió Quilmes, equipo bonaerense de Primera división. Pero Iturbe nunca llegó a debutar con los cerveceros, debido a las amenazas de Cerro Porteño. El club de Asunción sostenía que el joven no podía fichar por otro club al ser menor de edad. Y en medio del conflicto, la Federación argentina le invitó a ingresar en la selección sub’20 que iba a actuar como sparring de la absoluta en el camino hacia el Mundial de Sudáfrica. De hecho, Iturbe viajó a Pretoria, como un componente más del seleccionado juvenil albiceleste, para oficiar las prácticas. Allí estuvo a las órdenes del actual seleccionador absoluto, Sergio Batista.
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Desde abajo las cosas no se ven tan mal. El norte siempre les relegó a un segundo plano, pero, lejos de los centros de poder, ellos viven a su aire, desenfadados, rodeados de colores claros, como el cielo despejado un día cualquiera a los pies del Vesubio.
Porque Nápoles disfruta esta campaña de un equipo puntero, como en los tiempos de Diego Armando Maradona, cuando fueron capaces de destronar a la nobleza del fútbol italiano. Tras años de gloria, algo impensable en su día, el conjunto partenopeo cayó en una fosa, sin aparentes posibilidades de resurrección. Fue dura la caída del Pelusa; pero, tan penoso como su declive, resultó la posterior trayectoria de la bandera balompédica del sur italiano. Hasta la desaparición.
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“Dalglish, Dalglish” gritaban los seguidores del Liverpool el pasado domingo en las gradas de Stamford Bridge. El conjunto de la ciudad portuaria le ganó al Chelsea en el estreno de Fernando Torres con la camiseta blue. 58 millones de euros tenían la culpa. Con ese dinero, los reds han comprado al delantero del Newcastle Andy Carroll, y al punta uruguayo del Ajax Luis Suárez. El Liverpool ganó contra pronóstico, por la mínima, gracias al gol del portugués Raúl Meireles. Muchos altibajos y demasiados cambios de humor en una temporada decepcionante. Roy Hodgson dejó el banquillo hace unas semanas, y el mito viviente de Anfield, Kenny Dalgish, tomó el relevo en plena tempestad. El Liverpool estaba roto.
Fernando Torreshabía perdido la fe de ganar títulos a orillas del Mersey. La marcha de Xabi Alonso y Javier Mascherano hizo mella en el delantero de Fuenlabrada. El tren del Chelsea pasaba por segunda vez por su casa, y pensó que seguramente no habría otra tercera. Se subió en marcha a la locomotora que gobierna Roman Abramovich y dirige Carlo Ancelotti. Pero viendo el partido ante el Liverpool, hay una constatación: mucho punta lustroso y poca imaginación. Nicolas Anelka terminó el partido intentando armar el juego del Chelsea. Algo inaudito.
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El fútbol nos sorprende cada día con episodios truculentos que exceden por mucho el sentido común. Gravita sobre el juego (por momenos reducido a mero episodio residual) un ruido ensordecedor que estremece el común de los sentidos.
Asistimos atónitos a ceremonias estridentes, palabras desafiantes, imágenes y gestos nada recomendables para la principal razón de ser de todo este berengenal: el juego.
Es recurrente jugar fuera de los límites del terreno de juego. En las ondas, en las páginas, en secuencias catódicas, buscando siempre sacar ventaja del momento. En las últimas horas la Real se ha visto inmersa en un episodio curioso, uno de tantos que acontecen desde hace tiempo en este mundo imposible de insonorizar. Uno de sus futbolistas, Diego Rivas, uno más de una extensa plantilla, con el vencimiento de su contrato a la vuelta de la esquina, anuncia “una oferta del Trabzonspor turco, que exige contestación inmediata”. Límite: “16.00 horas del miércoles 2 de febrero”. En una interpretación personal del futbolista, el mercado turco se cerraba en ese instante, y en sus palabras, tenía sobre la mesa una suculenta oferta del conjunto de Trebisonda… Quien más quien menos se soliviantó por la posible pérdida del medio-centro defensivo, cuya continuidad en la Real es tema de debate permanente, con disparidad de criterios en los diferentes medios de comunicación
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No hay nada que consuele a estas alturas a los seguidores de la Juventus de Turín, el equipo italiano con mayor número de incondicionales. Para hacernos una idea de este detalle: a mediados de los noventa, en una final de UEFA a doble partido ante el Parma, los turineses jugaron el partido de vuelta como locales… en Milán. En San Siro se juntaron los juventinos del país transalpino. Incluso, en las eliminatorias, llevaron algún partido de casa a Palermo. En cualquier otro lugar de Italia se juntaban más seguidores de la Vecchia Signora que en el desangelado Delle Alpi.
Lejos quedan los tiempos del Comunale, un estadio mítico, donde el conjunto bianconero alcanzó todo su esplendor hasta finales de los ochenta. Recuerdo el día en que se retiró Michel Platini, uno de los más grandes de la historia del club, si no el más grande. Fue un día triste, sin demasiado protagonismo para el inolvidable diez juventino. Una tarde gris de primavera en el Comunale, con la fiesta desplazada a Nápoles. Allí, el conjunto partenopéo conquistaba su primer scudetto en un San Paolo desatado. La delantera MaGiCa (Maradona, Giordano, Carnevale) ensombreció aún más el adiós de Platini.
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Fue un goleador entrañable. Emblemático. Jugó cuatro Mundiales: quedó segundo, tercero y cuarto. Dieciocho años en su equipo de toda la vida: Hamburger Sport-Veirin. Hablamos de Uwe Seeler, el simpático goleador alemán que durante buena parte de tres décadas (50, 60, 70), rompió redes en medio mundo. Carismático como pocos y fiel a su equipo de toda la vida. Más de 400 goles al servicio del Hamburgo. En 1972, año de su retirada, fue nombrado capitán honorífico de la selección alemana, distinción que comparte con futbolistas de la talla de Fritz Walter, Franz Beckenbauer y Löthar Matthaus. Es el goleador alemán por antonomasia, tras el indiscutible Gerd Müller.
Fue un goleador demoledor. Terrible. Ganó la Eurocopa de 1980 con Alemania (aquella que catapultó a un jovencísimo Bernd Schuster), marcando los dos tantos de la final ante Bélgica. Le recuerdo, un par de años después, desatado, dando saltos de alegría en el Sánchez Pizjuán, tras marcar el penalti definitivo ante Francia, en una semifinal inolvidable por su desarrollo y desenlace. Sí, aquel partido del Mundial’82, el de la brutal falta de Schumacher sobre Battiston; el de la exhibición de Francia y el coraje germano. Cuando Alemania forzó los penaltis (con un 3-1 desfavorable en la prórroga) los teutones consagraron su leyenda. Y no podía ser otro que el gigantón Horst Hrubesch quien rubricara el pase a la final, superando desde los once metros a Jean-Luc Ettori.
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Termina la primera vuelta con otra exhibición de forma y superioridad del FC Barcelona. Imagino a los chicos de Pep Guardiola anoche, durmiendo a pierna suelta, con el subconsciente dirigido a recuperar la pelota. Como no podía ser de otra manera, Barcelona y Real Madrid se retroalimentan en su eterna pelea por ganar y ser el mejor, pero el conjunto blaugrana añade un elemento más: juega como nunca. Arrollador en forma y números. Pulveriza todos los registros a base de goles, y convierte el fútbol en un ejercicio que trasciende los dígitos. Tiene a Messi con 18 tantos, pero sobre todo tiene en el argentino al pasador definitivo más prolífico del campeonato. Difícilmente se puede reunir tanto talento por metro cuadrado en una misma parcela. De lo poco copiable de este equipo es su talante competidor: el hambre de seguir creciendo. Eso, de forma organizada y con tanta precisión, no tiene precio. El actual Madrid es el mejor acicate para seguir agrandando su leyenda.
Llovió oro. Cayó del cielo, sin darnos cuenta, en un rincón de Rosario (Argentina). Allí, al sur de la provincia de Santa Fé, conviven dos clásicos del fútbol argentino: Rosario Central y Newell’s Old Boys; allí, donde nació un grande de la escritura, Fontanarrosa, artista de la carcajada e incondicional de Central.
En el 87 Diego Armando Maradona llevó al éxtasis a la región italiana de la Campania. La ciudad de Nápoles le rinde eterno tributo por el primer Scudetto de su historia. Algo impensable. También llovió oro en el sur de Italia en honor a Maradona. Zurdo siempre fue sinónimo de talento: futbolista especial. El año que Maradona encarnó a San Gennaro, patrón de Nápoles, nacía en Rosario Lionel Messi, un ser diminuto bañado en oro.
La llevaba pegada al pie (más bien a la tibia, por lo menudo de su cuerpecillo), como Diego. Era tan pequeño que Argentina lo perdió de vista por una cuestión vital: necesitaba crecer. Y nada mejor que Barcelona, la Masía, para crecer y hacerse grande con la pelota pegada a su ingenio.
El fútbol, como la vida, tiene infinidad de vericuetos. Curiosamente, se hablaba de Víctor Vázquez como el mejor de su generación (la del 87). El mediocampista juega en el segundo equipo del Barça a las órdenes de Luis Enrique. Una gravísima lesión de rodilla ha condicionado su carrera; mientras, Cesc Fábregas, Gerard Piqué y Leo Messi, sus compañeros de camada, tocan el cielo.
Full StoryUn gran equipo se puede armar de diferentes maneras. La historia y los recursos económicos marcan el nivel de exigencia externa. El tiempo es un valor incalculable. La tranquilidad no está reñida con la exigencia; y cuando se trabaja con paciencia y responsabilidad, cuando hay un método definido más allá de los resultados, si la materia prima es buena, los resultados llegan. El Madrid y su entorno sólo recelan del Barça; el resto no parece merecer su consideración. Pero un escalón más abajo, en el entresuelo, se ha desatado una especie de fiebre que amenaza con dejar pálido al conjunto blanco. El Barça salió indemne hace un par de meses; fue inmune gracias a las genialidades de Messi. El argentino ofició de antivirus.
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Estos días el fútbol de competición para en todas partes, excepto en Inglaterra. El famoso Boxing Day (día de las cajas, literalmente, que contienen regalos), jornada festiva que cada temporada se disputa el 26 de diciembre, es el punto de partida para el atracón futbolístico en las islas, aprovechando las vacaciones escolares.
Hay un equipo que viste como Santa Claus; un grupo simpático, risueño, insultantemente joven, dinámico y alabado desde muchos puntos de vista. Se podría decir que encarna el espíritu del Boxing Day.
Hasta hace quince años, cada vez que jugaba a domicilio, los hinchas rivales entonaban un estribillo en forma de látigo, cual chanza: “Boring, boring…” (aburrido), anteponían al nombre del equipo. Un club que siempre ha estado en Primera división; institución pionera en el desarrollo del profesionalismo, gracias al primer gran mánager de la historia del fútbol británico: Herbert Chapman. Londres, capital ingente en equipos de fútbol, cuenta con uno muy especial al norte de la ciudad. Allí lucen los cañones reales, en memoria de aquellos operarios que cuidaban la fábrica de armas. En sus ratos libres disparaban a puerta, con su emblema tatuado en el pecho.
Fueron ganando adeptos, rivalizaban con sus vecinos judíos de White Hart Lane, y en los años treinta ya gobernaban por su carácter pionero y pujanza en Inglaterra. De cuando en cuando caía algún título relevante, siempre en lucha abierta con el Liverpool, el rival a batir aquellos duros años de la dama de hierro. Sorprendente y emotivo fue el final de Liga de la campaña 1988/89, aquel que dio forma al célebre libro Fever Pitch. Se disputaban el título en la última jornada Liverpool y Arsenal en Anfield Road. Los reds se podían permitir “el lujo” de perder por un gol de diferencia para ser campeones. El partido iba 0-1, agonizaba, cuando en el último suspiro Michael Thomas enmudeció las gradas de Anfield. La leyenda This is Anfield cayó al suelo hecha añicos, y los londinenses alzaron la bandera de campeón: This is Arsenal, rezaba junto al sorprendente 0-2 final.
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