Suena la música popular de aquel país, notas urbanas, con pinceladas de movimiento ventral. Se mueven los pies; circulan las caderas. Todo ello nos retrotrae en el tiempo para transportarnos a la Copa del Mundo de Italia, en 1990. Allí, Camerún fue el equipo que enamoró al respetable, por su frescura, alegría, buen fútbol y excelente resultado. Pero los aficionados quedaron prendados de un veterano delantero, anónimo hasta entonces para muchos, que hizo saltar todas las teorías futbolísticas a los 38 años. Su carrera en el fútbol francés dejó huella, básicamente en el balompié hexagonal, porque fuera del país galo no había tenido demasiada repercusión. Aún más, considerando que había brillado en Segunda división, en la filas del histórico Saint-Etienne y del Montpellier. En el viejo Chaudron y en La Mosson fue ídolo indiscutible por audacia, talento y carisma.
Roger Milla había disputado ocho años antes el Mundial de España. Entonces, Camerún se marchó a casa con el regusto de haber quedado eliminada sin haber pérdido un solo partido. Empató los tres. Los aires del atlántico soplaron a favor de Polonia e Italia. Perú era el cuarto en discordia. Precisamente, ante los andinos, Roger Milla, delantero con alma de futbolista, marcó su primer gol en una Copa del Mundo; tanto que anularía el colegiado austríaco Franz Wohrer. El goleador no pudo ofrecer el recital que tenía preparado tras la consecución del gol. Y creía que nunca lo iba a poder hacer en un Mundial, porque Camerún no se clasificó para la cita de México en 1986, y a Italia’90 no iba a llegar. Roger Milla había colgado las botas en 1989, un año antes de la disputa del Mundial transalpino.
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Anoeta fue testigo ayer de tres goles extraordinarios. Los de Fernando Llorente rezuman calidad indiscutible; el de Iñigo Martínez además contiene dificultad extrema, ingenio, atrevimiento y precisión de cirujano. Un tanto antológico. Lo que le faltaba a un chico que muestra un repertorio sorprendente para su edad: por síntomas de madurez, veteranía y determinación. Convertido en sensación, junto a Asier Illarramendi; Iñigo Martínez tuvo una ocurrencia de zurdo prestigiditador, marcando un tanto al alcance de muy pocos. Goles de esta guisa pararon el reloj y dispararon los sentidos alguna vez, muy rara vez. Son algo más que goles de larga distancia: un trabajo de francotirador con mira telescópica. Con más o menos tierra de por medio con respecto a la meta, con mayor o menor oposición; goles de esta naturaleza elevaron de por vida a los altares a zurdos y diestros de diferente perfil. La jugada terminó siendo certificado de carrera.
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Parafraseando a Joan Manuel Serrat, es tiempo de locura en el fútbol. Jugadores de miniatura están tomando cuerpo en un medio que antaño les puso demasiadas barreras. Recuerdo, hace mucho tiempo, el coraje que mostró el diminuto Alain Giresse para abrirse camino por puro fútbol. Nuestros ojos lo agradecieron. ¿Se acuerdan del escocés Gordon Strachan? Primero en el Aberdeen, luego en el Manchester United y finalmente en el Leeds United campeón… Y entre tantos, añadiré otro por mera debilidad, menos conocido, pero divino futbolista: Ali Benarbia, el mago franco-argelino que hizo vibrar a las gentes de Martigues, Mónaco, Burdeos y París. Una delicia ofensiva. Evidentemente, Diego Armando Maradona queda en un lugar particular, dentro de este espectro de bajitos extraterrestres.
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El fútbol italiano, desvencijado, necesita nuevos aires para recuperar el aura perdida. Ha pasado en pocos años de liderar el ránking de la UEFA a ser el cuarto país dentro del escalafón de los países europeos. Por ello, la próxima temporada tendrá un representante menos en la Liga de Campeones. El beneficiario será Alemania, la antítesis balompédica del país transalpino. Si Italia quiere volver por sus fueros, tendrá que empezar a revitalizar a los históricos aturdidos.
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La capacidad transformadora del fútbol sobre el terreno de juego no conoce límites. Los tópicos van cayendo irremisiblemente por la fuerza del talento y la valentía de unos osados, que en vez de tirar la puerta abajo, decidieron sortearla, buscando resquicios por la ranura. Cuando uno descubre el pequeño periscopio que adorna la superficie rectangular del recio roble, verá que al otro lado algo ha cambiado. Alemania, el país del rodillo, del once contra once decidido de antemano, es un ejemplo más de que en el fútbol no caben los prejuicios.
Los germanos truncaron muchos sueños durante años por empuje. Su mentalidad era inabordable. Eran espartanos que combatían con ardor, impulsados por la fuerza del orgullo. Jugar contra Alemania significaba tener pesadillas antes del partido, sufrir su insistencia durante el choque, y prolongar el sentimiento de inferioridad a la espera del siguiente choque. El Borussia Mönchengladbach de los años 70 que competía directamente con el Bayern Munich más glorioso, era una especie de excepción dentro del riguroso conpecto balompédico teutón. Aquel equipo que dio cobijo a futbolistas como Netzer, Vogts, Bonhoff, Heynckes, Wimmer, Jensen, Simonssen, Stielike… y que más tarde apadrinaría a Löthar Matthäus, fue un manantial de agua cristalina. Allí se jugaba con suma delicadeza. Sonaban los violines de forma rítmica y la pelota se explayaba en campo abierto.
Pero ante los ojos de la mayoría prevalecía el Bayern Munich, básicamente porque ganaba, comandado por un cisne de cuello alto que sacaba la pelota como si no tuviera rivales ante sí. El orden futbolístico tenía nombre y apellido: Franz Beckenbauer. Otra excepción. La gran excepción podríamos decir. Si viajáramos al otro extremo del campo, advertiríamos la menuda figura del cañonero más prolífico del futbol alemán: el insaciable Gerd Müller. El fútbol germano se alimentó durante décadas de la estirpe y temperamento de este delantero multiplicado, por eficacia y espíritu inquebrantable. Günter Netzer, dentro de su delicadeza, era una rara avis, como lo fue más tarde Bernd Schuster, que reventó con su clase y clarividencia la Eurocopa de 1980. Curiosamente, Alemania ya no lo pudo disfrutar nunca más. Los futbolistas cerebrales eran muy sensibles en Alemania.
Full StoryLos gunners tomaron su apodo a finales del siglo XIX de la fábrica de armas que empleaba a sus fundadores. El cañón que adorna la pechera de la zamarra inmortaliza los orígenes de un club que siempre ha sido singular. Pionero del profesionalismo, de la mano del mítico Herbert Chapman, el mánager que impulsó al conjunto londinense a la cúspide. Él siempre fue por delante. En los años treinta del siglo XX el Arsenal reinaba en Inglaterra, como lo hace ahora la ciudad de Manchester. Fue su edad de oro.
Full StoryPrimero fue el plan de saneamiento, en los albores del Mundial’82. Había que limpiar las maltrechas cuentas y remozar los estadios para la Copa del Mundo. Luego, llegaría la Ley de Sociedades Anónimas, como panacea a tanto desmán. Pero el resultado es indignante: el fútbol español debe 4.000 millones de euros. En el horizonte asoman acreedores de todos los colores.
La Liga de Fútbol Profesional (LFP), ente que engloba a la patronal, está indignada con la decisión del cuerpo que aglutina a los principales actores del negocio, léase Asociación de Fútbolistas (AFE). A los rectores de los clubes les parece injustificable que los futbolistas convoquen una huelga.
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Su forma de ganar no es una forma más, y ahí radica la evolución: hace ya décadas que no se recuerda un equipo como este Barca, que gana y te lo explica, que convierte finales de Copa de Europa en un puro trámite. Y es que encarnan un fútbol superior. Durante las dos ultimas décadas, los entrenadores con nuestra vanidad y las universidades con sus pulsómetros secuestramos el fútbol para que se pareciera a lo que nosotros sabíamos. Así, necesitábamos soldados obedientes para ejecutar nuestras ideas, para reducir al contrario, para garantizar el orden. Fue una época de un fútbol plano, chato, sin vuelo, sin juego. Un fútbol de cementerio, un juego con zombis. Xavi, Iniesta y Cesc devuelven el fútbol al pasado para ser modernos recogiendo el testigo de Platini, Falcao, Schuster, Sócrates, Hoddle, de un fútbol y de un talento siempre superior a cualquier idea de un entrenador.