El futbolista efervescente
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ImageNo es común que un entrenador haga comparaciones públicamente entre futbolistas. Suele ser una losa para aquél que debe cargar con el elogio, cuando la comparativa surge con un mito. Algunos se quedan en el camino, otros avanzan con naturalidad. Las figuras incipientes siempre generaron grandes expectativas, a veces ríos de tinta apresurados, y con mucha frecuencia terminaron por extraviarse.

 

 

   Hoy nos ocupa un caso extraordinario. Todo arrancó en una eliminatoria copera. Una de tantas que la Real ha malgastado en el último cuarto de siglo. Eran tiempos difíciles. Los más complicados. A partido único caía el conjunto txuri-urdin ante el Rayo Vallecano en Anoeta. No había diferencia de categoría: ambos luchaban por salir de Segunda. Pero sucedió que los franjirrojos mostraron mayor pericia y la frustración volvió a acomodarse en las tristes gradas del estadio. Pareciera que un rayo había partido de cuajo los ánimos de la hinchada. Sin embargo, aquella noche sucedió algo excepcional. Algo que con la perspectiva del tiempo y el devenir de los acontecimientos iba a resultar fundamental para entender el cambio que ha experiementado la Real en los últimos tiempos. Ese día debutó en partido oficial Antoine Griezmann, un futbolista que llevaba desde los 13 años en Zubieta y sólo necesitó cuatro para traspasar la puerta que le condujera al primer equipo. Pasó sin llamar. Tiró la puerta abajo, literalmente. En la conferencia de prensa posterior al partido, el entrenador de la Real, Martín Lasarte, quiso esbozar un atisbo de esperanza lanzando una frase muy gruesa. “Antoine me recuerda en ciertas cosas a Fernando Morena”, se apresuró a decir.

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El balón de cuero
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ImageCon él jugábamos siempre, y cuando llovía daba igual, le seguíamos dando con la cabeza. Y otra vez. A veces la pelota quedaba varada en un charco, pero allí íbamos todos, de cabeza. Hasta el anochecer. Hasta que llegábamos exhaustos a casa, hechos unos zorros.

 

   El fútbol siempre fue equipo, un juego lúdico de competición para arrancar una sonrisa o terminar pensando que mañana lo intentaríamos de nuevo, a ver si esta vez ganábamos. Pero si no se daba, a por el siguiente, y así hasta el próximo partido.

 

   Había buenos equipos que admirábamos puestos en pie desde aquellas gradas satisfechas. Siempre había jugadas y goles que terminaban enloqueciendo los sentidos. Había júbilo. Ganaba el equipo, porque tenía buenos futbolistas, y era un gran grupo. Trabajo, humildad, respeto.

 

   Aquellos días, a finales de año, asomaba en un pequeño recuadro la noticia de que Kevin Keegan había ganado el premio al mejor futbolista del año. Era la figura de un gran equipo, el Liverpool. Otro año llegaba la nueva de que Michel Platini era el futbolista distinguido, dentro de una magnífica escuadra: la Juventus de Turín. Los veíamos a distancia, y saltábamos al otro lado del canal para leer los diarios que hablaban de sus andanzas. Así fuimos desmenuzando las hazañas del Hellas Verona, los grandes partidos del Anderlecht, las historias del Ajax, el admirable juego del Dynamo Kiev… hasta que otra vez llegaba la noticia: Ruud Gullit nombrado mejor futbolista del año. Y entonces podía haber un ligero desaire por el nombramiento, pero poco ruido, por lo demás.

 

   Hasta que convirtieron el fútbol en una batalla individual desde los taquígrafos y organismos interesados. Luces y sombras. El equipo queda relegado a un segundo orden. Adulación permanente al Rey Midas de turno: sea Messi, Cristiano o Ribéry. Todo lo que les rodea, todo lo que permite que se expresen en todo su esplendor, queda condenado a la intemperie.

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El canto del gallo
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   ImageSe le abrió el cielo a Francia, y con ello recupera su color. Era pálido antes del partido, negro se presumía el futuro inmediato; pero, finalmente, se produjo una explosión colectiva. Algo que en el balompié galo se echaba en falta desde hace mucho tiempo. La derrota ante España en Saint-Denis puso prácticamente imposible el pase directo al Mundial. Sus posteriores partidos de la fase clasificatoria desprendían un cierto aroma depresivo. Entonces volvieron los viejos reproches: que si Benzema lleva tantos partidos sin marcar, que si Nasri, y la tormenta que desató Evra hace un mes.

 

 

   El lateral izquierdo del Manchester United atizó sin contemplaciones a los críticos de diversa índole que rodean al fútbol francés. En el ojo del huracán, un periodista, algún técnico de renombre, y el llamado lobby del 98: los campeones del mundo que ejercen como comentaristas en diferentes medios de comunicación. Se palpaba el nerviosismo en el seno de la selección francesa. Didier Deschamps rehuyó entrar en la polémica: “es un problema entre el futbolista y los críticos”, se limitó a decir. El presidente de la federación, Nöel Le Graët, tuvo que pedir disculpas públicamente a alguno de los agraviados por Evra. El propio futbolista rectificó en algún caso, pero la carga de sus palabras ahondaron en el malestar general.

 

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El futbolista eterno
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ImageEl fútbol ha cambiado una barbaridad desde que luciera tirabuzones, recorriendo la banda izquierda sin desmayo. En aquellos campos, muchas veces impracticables, con esas porterías que parecían incrustadas entre la gente, él avanzaba como un torbellino. Los sábados comenzaban muy temprano ante el televisor, con el partido de la sobremesa. Unas veces desde White Hart Lane, más a menudo desde Anfield Road o Highbury, pero menos desde Old Trafford.

 

   Entonces eran más famosos los colorados del Liverpool o Arsenal, protagonistas de aquellas pugnas históricas a finales de los ochenta y primeros noventa. Ya por entonces, Alex Ferguson oficiaba en el banquillo del Manchester United, que difícilmente hacía sombra a los mejores equipos de Inglaterra. Era otra época. De cuando Steve McManaman arrancaba sus primeras carreras, o el malogrado David Rocastle ponía el acento al enésimo quiebro.

 

   El Manchester United ganó la Recopa de 1991 ante el FC Barcelona en Rotterdam, y aquello fue como una bocanada de aire para un equipo que quería volver a ser importante, pero fracasaba en el intento. Pasaban jugadores y no había manera de reverdecer viejos recuerdos. Estampas llenas de nostalgia retrocedían a los años cincuenta y sesenta. Demasiado lejos.

 

   Entre jugadores curtidos se vislumbraba algún joven prometedor llamado a liderar el cambio. Lee Sharpe podía haber sido uno de ellos.

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Sueños y realidades
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ImageEl arranque y las zonas intermedias. Fútbol, en definitiva. Más allá de la historia, del peso y del escenario. Old Trafford: el Teatro de los Sueños. Un escenario mítico. A la altura de Anfield Road, San Siro, el propio Camp Nou o Santiago Bernabéu. Visualmente quizá impresione más jugar en el Westfallenstadion de Dortmund, o en Celtic Park; allí donde los cimientos retumban. Pero cierto es que Old Trafford encierra una mística diferente. Desprende un aroma de paraíso futbolístico.

  

Manchester está dividida más que nunca: citizens y mancunianos se disputan el color de la ciudad, celeste y roja, según el momento. Por un instante fue txuri-urdin. La hinchada de la Real tomó la ciudad con la ilusión de conquistar un enclave distinguido. En los últimos veinte años el Manchester United se ha convertido en referencia futbolística mundial, algo que no era hasta hace un cuarto de siglo. La historia comenzó a cambiar cuando llegó al club Alex Ferguson, procendente del Aberdeen. Los red devils llevaban mucho tiempo sin llevarse un título a la boca. Y, curiosamente, en dos décadas el United pasó de ser un equipo aspirante al más rico del concierto futbolístico. Consiguió proyectar una imagen irresistible a nivel planetario, que le transportó a los cinco continentes. Supo vender su marca. La Premier League fue el campeonato que apostó por la globalización antes que nadie, y su estandarte resultó ser el Manchester United.

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El acierto final
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realaNi siquiera una aspirina como consuelo para el coscorrón final de anoche en Leverkusen. El leve viento frío cortaba el ánimo de la hinchada que rumiaba la derrota postrera a golpe de lamento. Fue un tiro franco. Certero. De un futbolista, Jens Hegeler, que no se prodiga demasiado. Hasta en eso tuvo poca fortuna la Real. Decidió en tiempo añadido el tiro libre de un futbolista que se disfrazó de Gonzalo Castro, baja sensible del Bayer Leverkusen. Hegeler acumula 61 minutos en la presente edición de la Bundesliga; el futbolista que de un golpe preciso superó el dique de la Real, con más argumentos futbolísticos que su rival germano en la segunda mitad.

 

   Una ligera falta de precisión en el remate volvió a lastrar el buen partido del equipo txuri-urdin. La pasada temporada de repente se activaba un torbellino ofensivo, veloz y dañino, que dejaba noqueado a sus contrincantes. Un pasaje excepcional. Algo que toma un valor extraordinario cuando sucede lo contrario.

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Los entresijos del alto nivel
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ImageOcurrió en Marsella. Una de tantas historias recurrentes en el fútbol de máximo rango. Volvía el conjunto marsellés a la Liga de Campeones después de penar durante años, con un descenso a Segunda incluido. Y llegó el Milan al Stade Vélodrome, desvencijado, con una mala trayectoria, asfixiado por el ambiente que le rodeaba. Jugó más el conjunto francés. Creó ocasiones. Mereció el triunfo. Pero ganó el conjunto italiano. Pippo Inzaghi marcó la diferencia al filo del fuera de juego. Era su hábitat natural. Al final del encuentro, el entrenador del OM, Didier Deschamps, sentenció: “C’est l’haut niveau”.

 

 

   Deschamps había sido campeón de todo con la Juventus. Tenía mil vivencias en equipos con oficio y manejo de las situaciones en momentos de máxima exigencia. “La culture de la gagne” que diría él. Era un baño de réalisme; eso que describe a los equipos que muestran una alta practicidad. Suena frío, extremadamente profesional, a veces cruel, pero resulta altamente satisfactorio para quien lo detenta. Virtud futbolística. Eso que se gana a base de batallas, derrotas dolorosas y personalidad.

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Un fenómeno Real
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ImageLa pasada semana el anterior entrenador del conjunto txuri-urdin, Philippe Montanier, reflexionaba sobre aquellos que mostraron sorpresa ante el despliegue futbolístico protagonizado por la Real en Lyon. El técnico normando invitaba a los incrédulos a repasar el pasado reciente del conjunto guipuzcoano. Al equipo le costó año y medio asimilar un estilo que terminaría llamando la atención, por frescura, descaro y determinación. A los que describían la eliminatoria, principalmente, como el duelo entre un clásico y un novato de las competiciones europeas; a aquellos que hablaron desde el supuesto, Montanier les recordó los triunfos de este equipo en campos como La Rosaleda, Mestalla, Vicente Calderón, Sánchez Pizjuán o San Mamés. Un salto cualitativo edificado en el tiempo; algo fundamental para acometer una metamorfosis tan sustancial. Tiempo: eso tan etéreo en el discurso del fútbol.

 

 

   Las etiquetas son clichés susceptibles de pasar a mejor vida en cuanto salta la chispa. La Real llevaba diez meses sin ganar fuera de casa. Era incapaz de romper la dinámica. Una especie de frustración acumulada que parecía una oda a la resignación. Hasta que cambió la tendencia. Nunca existe una sola razón para explicar los acontecimientos que se dan en este juego. Y menos cuando convergen tantas situaciones impredecibles.

 

   El humor es muy volátil en el fútbol. Algo cambiante según la naturaleza de los números. Como el barco que termina plegado al capricho de los vientos. El tiempo vive angustiado en medio de los resultados; atrapado por el impulso de la frustración. Nada, o casi nada, escapa a los malos resultados. Pero la Real supo capear el temporal en los peores pasajes: vivió muchas vicisitudes, algunas extremas, en el espacio de seis años, y el tiempo le ha distinguido. La importancia del proceso.

 

   El logro de la Real es haber conquistado la batalla del tiempo. Perdurar en el punto de partida y conseguir una evolución que le permite competir en cualquier situación, ante cualquier rival. Demostrar que la primavera en el fútbol llega de forma natural, sin brusquedades. Que muchas veces no hace falta acometer una aventura a la desesperada, porque todo requiere su tiempo de maduración.

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Marca de la casa
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gerlandEl Lyon ha cambiado de registro. Ya no es el monarca del fútbol francés, título que acuñó en los albores del siglo XXI. Durante años no tuvo rival en Francia. Siete títulos de L1 encadenó de forma consecutiva, la totalidad que jalonan su palmarés. Hasta entonces había sido un equipo con una trayectoria oscilante. No era un clásico del balompié francés. La afición gala sigue venerando a su vecino, Saint-Etienne, desde la nostalgia. A pesar de llevar más de treinta años sin haber ganado la liga. Algo ha fallado en el séptuple campeón hexagonal para no llegar a los aficionados en general. Francia fue un día del Saint-Etienne. Todavía arrastra adeptos de la época gloriosa; pero Francia nunca tuvo empatía con el lustroso Lyon.

 

   Se le veía venir. Su astuto presidente Jean-Michel Aulas tomó las riendas en Segunda división para poco a poco subir peldaños y ponerlo en órbita. Tras el ascenso el reto era Europa. Y tras pisar el Viejo Continente, un título. Y luego otro. Y otro más. Hasta consagrar un reinado que parecía eterno... Pero nada es para siempre.

 

   La llegada del goleador brasileño Sonny Anderson a finales de los 90 comenzó a cambiar el rumbo del conjunto francés. Se abría la vía brasileira con trazos de jerarquía y clase: Claudio Caçapa, Cris y Juninho Pernambucano dejaron una huella profunda en Gerland. Fueron la avanzadilla para que compatriotas como Nilmar, Fred o Michel Bastos tuvieran un camino reconocible.

 

   Un equipo siempre dirigido por técnicos de perfil discreto. Silenciosos. Serios. A imagen y semejanza de Gérard Houllier, Jacques Santini, Paul Le Guen, Alain Perrin, Claude Puel o Rémi Garde, antiguo capitán del equipo y responsable del centro de formación. Juego equilibrado, rápido y poderoso en la zona ancha. Futbolistas como Michael Essien y Mahmadou Diarra resultaron fundamentales para el cambio de dimensión. Primero, por su rendimiento en el campo; y más tarde, por las plusvalías que les procuraron al club, para poder seguir fichando futbolistas de relumbrón y pagar fichas astronómicas.

 

   Un clásico de la Liga de Campeones. El Lyon fue durante años el rival a evitar; convertido en bestia negra del Real Madrid. En la fase de grupos y en las eliminatorias. Y siguieron pasando grandes figuras por el césped, como el patrón Jérémy Toulalan, el infatigable Kim Källstrom, o el delantero con mayúsculas Lisandro López. Pero el Lyon siempre tuvo un tesoro que el tiempo  y las circunstancias han terminado por destapar: la cantera. Un excelente vivero que ha dado grandísimos futbolistas, tantas veces invisibles a los ojos de los dirigentes.

 

   Florian Maurice fue la referencia del centro de formación en los 90. Un goleador reconocido en Francia. Prefirió emigrar a Paris y Marsella, antes que esperar al despegue definitivo de su equipo. Ludovic Giuly y Steed Malbranque también se marcharon en busca de fortuna. Previamente lo hizo el monumental Frédéric Kanoute. Con él no contaban. Y en esas llegó un chico medudo, vivo como una centella, para quedarse, para ser el faro de la escuela: Sidney Govou. Poco después le seguiría un delantero con unas condiciones técnicas excelsas; un talento descomunal que por su frialdad y timidez parece escondido: Karim Benzema, estandarte de la brillante generación del 87, junto a Hatem Ben Arfa y Loïc Rémy. Ninguno de los tres juega en el Lyon. Hace tiempo que no lo hacen. Benzema llenó las arcas del club tras su traspaso al Real Madrid; los otros dos pasean su calidad por los campos de la Premier League.

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Mikel Etxarri: "Jagoba es un hombre tácticamente muy bien preparado".
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Mikel Etxarri es una eminencia en el mundo del fútbol. Un pozo de sabiduría y generosidad. Absorbe e imparte fundamentos a partes iguales. Siempre ocupado y preocupado por la pedagogía y la mejora constante. Como maestro de táctica, fue profesor del nuevo entrenador de la Real, Jagoba Arrasate; amén de su tutor, en el proyecto fin de carrera. Etxarri trabajó muchos años en la Real, como formador y director deportivo. El profesor habla de Jagoba y reflexiona sobre el club.

 

 

Que un técnico de Zubieta se haga cargo del primer equipo supone mucho para tod@s los que trabajáis en la base.

 

   Personalmente es motivo de alegría. Incluso, en algún proyecto

que tengo escrito por ahí, subrayo lo siguiente: “Al igual que se crea cantera de futbolistas, tarde o temprano se crearán canteras propias de entrenadores”. Con la idiosincrasia y estilo del club. Y creo que se podrían crear diferentes departamentos técnicos: tanto de entrenadores, como médicos, fisios, ojeadores... Un profesor de química, muy futbolero él, me dijo una vez que... “Yo, si fuera presidente, cogería a los mejores técnicos de la provincia y los metería todos en Zubieta. En el caso de que uno se quemara, se le podría dar continuidad a la idea, al estar impregnados del espíritu del club”. Se puede crear una cantera de técnicos.

 

¿Sorprende la decisión?

 

   Hay que felicitar al Consejo por la valentía que ha demostrado al poner un hombre de la casa en este momento donde se había logrado un hito. Es motivo de satisfacción. Sabemos cómo es el fútbol. Sabemos que los resultados pueden cambiarlo todo. Pero eso puede pasar con uno de casa como con uno que no lo es. El hecho que sea de Zubieta no significa que la temporada vaya a ser peor.

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