La parroquia se disponía a celebrar un triunfo que respaldaba el cuarto puesto. La angustia final haría saborear aún mas la victoria. Pero en los Cármenes de Granada, esos patios adornados de lirios y jazmín, ya sonaba por bulerías el empate rojiblanco. El silencio del respetable cubrió Anoeta con una sábana de juramentos en la medianoche. ¡Nooooo! Los aledaños mostraban gentes caminando con la mirada perdida. Aturdidos. ¿Dónde quedaron los aplausos? El silencio sepultó el reconocimiento ganado a pulso. Es el fútbol.
Vivimos sujetos al resultado. Nada o poco se percibe detrás de un revés. El ánimo funciona así. Pero siempre hay más, mucho más, detrás de un mal resultado. Queda la reflexión, el sentimiento de respuesta, queda el juego.
La Real respondió cinco días después en Sevilla con victoria; y se rebeló ante el Madrid en un partido varias veces perdido, pero que terminó empatando. In extremis. Por convicción. Por puro juego. Por merecimiento. Porque los futbolistas, el entrenador, Philippe Montanier, y sus ayudantes creían. Han trabajado con la convicción de mejorar, con la pelota como argumento, y el atrevimiento de buscar la victoria sin tapujos. De forma organizada y veloz. Desenfadada.
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El retorno del Monaco a la máxima categoría era temido por el resto de inquilinos de la L1, por el poder adquisitivo de su propietario, el multimillonario ruso Dmitri Ryvolovlev, que nada más rubricado el ascenso ha comenzado a desafiar al PSG qatarí.
Viendo lo que se podía avecinar, en las últimas semanas las instituciones futbolísticas del país galo plantearon la conveniencia de obligar al club monegasco a jugar con las mismas cartas fiscales que el resto de clubes del campeonato, para lo cuál debería convertirse en un club “francés” a efectos administrativos. Algún presidente de los importantes catalogó al club del Principado como “extranjero”.
Pero éste no es un tema nuevo, porque el Monaco siempre funcionó así, con una situación de privilegio que conseguía atraer a grandes estrellas. Ahora, ese estatus de singularidad se ve potenciado por la chequera de un empresario ruso que quiere conquistar el fútbol de un acelerón. En primera instancia se abre la vía portuguesa de la mano del agente Jorge Mendes, que consigue juntar en la Costa Azul al cogollo del Oporto campeón de todo hace dos temporadas: Joao Moutinho y James Rodríguez llegan juntos desde Do Dragao a cambio de 70 millones de euros; y el gran goleador de aquel equipo, Radamel Falcao, completa la terna desde el Atlético Madrid, que recibirá los 60 millones de euros de la claúsula. Estas tres figuras de primer nivel se suman al joven prodigio argentino Lucas Ocampos, fichaje estrella de la presente temporada. Y se ultiman otras grandes adquisiciones, que prometen conformar el mejor plantel que el Monaco haya tenido en su historia. Palabras mayores. Porque el conjunto monegasco ha tenido grandes equipos.
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El Wimbledon fue un equipo que asomó la cabeza a finales de los ochenta. No tenía hogar propio. Jugaba de prestado en Selhurst Park, campo del Crystal Palace. Su futbolista más célebre era Vinnie Jones, un tipo con aires de matón metido a futbolista. Sus bravuconadas eran célebres en el fútbol inglés. Era un grupo temperamental, donde comenzaba a dar sus primeros pasos Dennis Wise, el chico con más talento del equipo. Pero seguramente, los seguidores de aquel equipo rudo y directo dirían que no, que su héroe fue un norirlandés de nombre Lawrie Sánchez: el autor del gol que le dio el título de la FA Cup en 1988 al Wimbledon en el antiguo Wembley ante el poderoso Liverpool... El de Grobbelaar, el de Hansen, el de Barnes, el de Bearsdley, el de Aldridge... Aquello fue como un terremoto. ¡El Wibledon tumba al Liverpool!
Hoy el equipo londinense ya no existe. Es parte de la galería de recuerdos de la ingente historia del fútbol británico. Un equipo singular que protagonizó un acto heroico.
Full StoryEra un día de invierno, a principios de los noventa. Esa noche jugaba el Milan y había que buscarse la vida para verlo en algún lugar. Llovía a cántaros. Nos mojamos mucho en la búsqueda de algún sitio donde lo emitieran. Porque no jugaba un equipo cualquiera: era el Milan de Marco Van Basten.
Llovía tanto que lo hacía sobre mojado. Calaba hasta las entrañas. Pero queríamos ver otra vez al bailarín holandés, una suerte de Nureyev convertido en futbolista. Y lo vimos. Por suerte pudimos ser testigos de aquel partido memorable en San Siro: AC Milan – IFK Göteborg.
Aquello sucedió poco antes de que Van Basten tuviera que abandonar el fútbol por su maltrecho tobillo (lo hizo a los 29 años). Los suecos no eran un rival menor. Habían ganado la Copa de la UEFA en dos ocasiones la década anterior, y no conquistaron la Copa de Europa por las circunstancias… del fútbol. En San Siro se daba cita otra generación, los herederos de Strömberg, Corneliusson y los hermanos Hölgrem. Un equipo que tenía en la portería a su gran talismán: Thomas Ravelli.
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El conjunto txuri-urdin que prepara Philippe Montanier vive embriagado de fútbol, y la hinchada se frota los ojos, con el mismo efecto que procura la lámpara. Salta a la vista un genio y sentencia: “hoy vamos a disfrutar con la pelota… y a ganar”. La redonda no guarda secretos. Este equipo ha ido construyéndose sobre una delicada baldosa, que antes, en los recientes y duros años, difícilmente soportaba un paso en falso; pero, en el trayecto, las soluciones y el método han desembocado en un mar de ilusiones.
Había que ver ayer la sonrisa de la gente que poblaba la grada blanquiazul de Vallecas. Eran l@s mism@s que estaban en los peores momentos; l@s mism@s que alentaron al equipo aquel loco mediodía de empate a partes iguales, en unidades de a tres.
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Es curiosa la trayectoria en los banquillos de algunos célebres futbolistas. Susic jugó básicamente en dos equipos, que le tienen en un pedestal. El Sarajevo fue su único club en la antigua Yugoslavia, y el PSG su altavoz en el concierto europeo. Es uno de sus futbolistas más idolatrados, si no el más; miembro de aquel equipo que ganó los primeros títulos del conjunto parisino. Le cubría las espaldas Luís Fernández. Susic tomaba la pelota e inventaba. Cualquier cosa. Cualquiera. Porque el cuerpo le funcionaba con la misma brillantez que su privilegiada cabeza. La final de Copa de 1983, con una extraordinaria maniobra cerca de la frontal que terminó con la pelota en la red, después de hechizar a los defensores del Nantes con su extremada habilidad; o el primer título liguero en 1986, son dos de los grandes hitos que jalonan la curiosa historia de un club peculiar desde su propio nacimiento y existencia. Susic estaba allí. Él propició el cambio de dimensión, convertido en el gran príncipe del Parque. Ahora, cuando en lo alto de una de las tribunas se lee aquello de ici c’est Paris, no estaría de más recordar aquello de: ici jouait Safet Susic.
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Un buen puñado de equipos que no hace mucho jugaban en la categoría de plata se encaraman a los primeros puestos de la Liga. Varios de ellos porfían ahora mismo por el cuarto puesto, sinónimo de Champions League: Málaga, Real Sociedad y Betis. Con el Rayo Vallecano al acecho, y el Valladolid también completando una buena temporada. Todos ellos tienen un denominador común: llegaron para progresar por la senda del buen gusto después de mitigar penurias económicas muy serias. Todos proponen cosas interesantes.
Echando un vistazo al banquillo vemos nombres que se asocian al buen fútbol: Manuel Pellegrini, Philippe Montanier, Pepe Mel, Paco Jémez y Miroslav Djukic. Especial mérito tienen los técnicos del Betis y Valladolid, que sacaron a sus equipos de Segunda tras largos meses sin cobrar. Mel y Montanier se jugaron un pulso que parecía fratricida hace un año, como una moneda al aire. Pero el resultado, en algún caso, y las circunstancias en otro, propiciaron que ambos siguieran en su cometido. Lejos de perderse en el trayecto, han caminado juntos hasta volver a desafiarse, ahora en las alturas. Es el fútbol, imprevisible como la vida misma.
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En la temporada 2008/09 el conjunto txuri-urdin rendía visita al Nuevo Castalia con tres triunfos consecutivos en su haber. Tenía que ganar al Castellón para creer en un ascenso que, finalmente, no fraguó. Cuando se supo el once que iba a alinear el entrenador de la Real aquella tarde, el clamor rescató el epíteto. Juanma Lillo dispuso un frente ofensivo que reunía a Moha, Xabi Prieto, Sergio y Marcos. En la previa nadie disimuló su malestar ante aquella elección: desde los responsables del club, pasando por medios de comunicación y la propia afición.
En un contexto donde las lecturas principalmente parten del resultado final, existe la costumbre de valorar e imaginar el partido antes de que el colegiado proceda al pitido inicial. Entonces pitan los oídos. Pero, al final, todo depende del desarrollo y de los guarismos.
Aquella tarde en Castellón, sin delanteros específicos de salida, la Real conseguiría su cuarto triunfo consecutivo: ganó 0-3. Primero marcó Xabi Prieto. Agirretxe saltó al campo a falta de media hora para el final, y el delantero de Usurbil convirtió el segundo. Marcos, el futbolista cedido por el Villarreal, anotó el tercero.
Carlos Vela pasa por ser el futbolista desequilibrante de la Real; su goleador más prolífico, en un equipo donde el gol está repartido como en ningún otro sitio: la definición llega desde todas las líneas.
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José Luis Mendilibar va introduciendo matices en un equipo sufrido y abnegado hasta la extenuación.¡Osasuna! Suena en la megafonía del viejo Sadar, y la grada comienza a rugir: “No podrán parar a Patxi Puñal...”, un grito de guerra que nunca cesa, porque como dijo el míster el pasado viernes: “Aquí no sobra ni Dios”. Todos empujan: los que juegan, los que esperan en el banquillo, los que se sientan en la grada.
De farolillo rojo pronunciado durante la primera vuelta, a escarabajo con maillot de lunares rojos (recordando a los célebres escaladores colombianos) en los albores de la segunda vuelta. Osasuna tomó el farolillo en la mano para alumbrar un paso complicado, pero con huella firme. Desde la seguridad defensiva, hay un equipo en Primera que saca chispas a su escasa producción atacante.
Full StoryLos óptimos resultados, fruto de un juego bien estructurado, han elevado la confianza de los futbolistas de la Real a cotas muy elevadas. Es una concatenación de circunstancias: un estilo que ha ido madurando con la cosecha de puntos; propuesta consistente, fortalecida en la experiencia de los peores días, cuando en un momento dado parecía tambalearse; pero el tiempo, la paciencia, han terminado por relanzar una idea que ha florecido con buenos réditos. Resultados y propuesta futbolística se retroalimentan.
La Real va dando pasos al frente con la pelota: en casa y lejos de Anoeta. Este proceso corrió el riesgo de cortarse hace un año cuando una derrota más habría dado al traste con el trabajo de Philippe Montanier. Aquel día la moneda casi cae de canto; Pepe Mel cargó con la cruz, que parecía iba a terminar con su periplo en el banquillo del Betis. Pero un año después, ese escenario agónico se ha convertido en todo lo contrario: fuente de alabanzas. Hoy todo el mundo mira con sumo gusto a la Real y al Betis.
Montanier llegó a club txuri-urdin en un momento crucial. Se buscaba otro camino (uno más en muchos años), con un técnico que poco tenía que ver con su predecesor (algo tantas veces repetido en el fútbol). En las duras capeó el temporal, y cualquier medida de urgencia por el resultado más inmediato habría generado, quizá, otro giro argumental. Pero el viento fue cambiando de dirección; y a pesar de la música de viento y las voces contrarias que de cuando en cuando han venido poblando el estadio para censurar la labor del entrenador, al final la idea ha tenido tiempo para tomar cuerpo, y ahora el equipo rezuma confianza en la propuesta, amable a la vista y muy productiva.
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